viernes, 3 de diciembre de 2010

http://www.youtube.com/watch?v=KKnjaXFqFDc

Aquí estoy…
Tengo tantas cosas que hacer en estos días y otras tantas en mi cabeza.
Y cuando sucede algo así, se crea como una confusión de prioridades, no sé desde donde empezar y cual de las cosas elegir como la más importante.
No es que me haya olvidado del blog ni tampoco de vosotros que con cautela y cariño seguís las líneas que componen las páginas, y en las páginas las palabras que cuento

Anoche volvíamos de Madrid, José y yo, y cerca de San Agustín de Guadalix empezó a nevar.
¡Qué sensación rara!, no tanto la nieve, sino  como caía. Desde el coche en movimiento, al principio, los copos parecían chispas blancas y fluorescentes, se chocaban con las luces del coche y, de repente, adquirían esa fluorescencia que recuerda los espectros. Casi una magia. Un juego de luces y de transparencias que parecían reflejarse directamente desde las luces a los copos que, bajando, bailaban en el aire.
Hacía aire anoche, ¡si que soplaba el viento! Y hacía remolinos con la nieve  que no alcanzaba tocar el asfalto que seguía indemne, sin huellas de agua, casi llevase encima una de aquella gabardina de plástico lúcido y negro que siempre me llaman a la mente esas películas policiaca de los años cuarenta.
El soplo del viento cogía en sus manos la nieve y la lanzaba en círculo fomentando un baile silencioso que empezaba y se difundía en el aire movedizo, como una ola en el cielo negro.
Los copos daban vueltas y vueltas, sin conseguir tocarse el uno al otro y luego, concluyendo el juego, el viento los transportaba y los desplazaba en otras direcciones.
Luego, después de esta primera impresión de danza ritual y sin meta, los copos comenzaban a tirarse contra la ventanilla, como si fuesen hojas sutiles de cuchillos de acero, casi de plata. Y hacían ruido golpeándola, como si la suavidad de la nieve se hubiese transformado en granillos de metal.
No había visto nunca nevar así…

Esa extraña bajada en estado libre, esta mañana, había dejado en regalo láminas de hielo en las calles.
Desde la ventana, aún antes de salir, podía ver un brillo en al asfalto, como si alguien por la noche hubiese lanzado quilos y quilos de purpurina, el maquillaje del mundo después de una noche loca de fría juerga.
Hielo por todas partes, en las aceras y en el medio de la carretera, en los tejados y en los árboles: solo hielo y nieve seca y encogida en los bordillos de la calle para defenderse, ella misma, del frío de aquella soledad, trepando en los muros en pequeños montoncitos…ahí estaba la nieve y daba casi pena

Dicen que a lo largo del día subirán las temperaturas, el invierno todavía no ha llegado y ya estoy harta de él.
El sol ya empieza a derretir la nieve. Hay reflejos plateado en cualquier cosa que se hace evidente aún más en la luz.
El sol, sobre el blanco de la nieve, juega y bromea construyendo momentos de luminosidad extrema.
Cada recorte es un resplandor que hace daño a los ojos, tan brillante y violento; un resplandor que se rompe en gotas casi invisible en cuyo fino cristal danza un increíble, minúsculo y tembloroso arco iris cual esperanza, cabalgando, inalterado, el día   
Saluti e baci...