viernes, 3 de diciembre de 2010

http://www.youtube.com/watch?v=KKnjaXFqFDc

Aquí estoy…
Tengo tantas cosas que hacer en estos días y otras tantas en mi cabeza.
Y cuando sucede algo así, se crea como una confusión de prioridades, no sé desde donde empezar y cual de las cosas elegir como la más importante.
No es que me haya olvidado del blog ni tampoco de vosotros que con cautela y cariño seguís las líneas que componen las páginas, y en las páginas las palabras que cuento

Anoche volvíamos de Madrid, José y yo, y cerca de San Agustín de Guadalix empezó a nevar.
¡Qué sensación rara!, no tanto la nieve, sino  como caía. Desde el coche en movimiento, al principio, los copos parecían chispas blancas y fluorescentes, se chocaban con las luces del coche y, de repente, adquirían esa fluorescencia que recuerda los espectros. Casi una magia. Un juego de luces y de transparencias que parecían reflejarse directamente desde las luces a los copos que, bajando, bailaban en el aire.
Hacía aire anoche, ¡si que soplaba el viento! Y hacía remolinos con la nieve  que no alcanzaba tocar el asfalto que seguía indemne, sin huellas de agua, casi llevase encima una de aquella gabardina de plástico lúcido y negro que siempre me llaman a la mente esas películas policiaca de los años cuarenta.
El soplo del viento cogía en sus manos la nieve y la lanzaba en círculo fomentando un baile silencioso que empezaba y se difundía en el aire movedizo, como una ola en el cielo negro.
Los copos daban vueltas y vueltas, sin conseguir tocarse el uno al otro y luego, concluyendo el juego, el viento los transportaba y los desplazaba en otras direcciones.
Luego, después de esta primera impresión de danza ritual y sin meta, los copos comenzaban a tirarse contra la ventanilla, como si fuesen hojas sutiles de cuchillos de acero, casi de plata. Y hacían ruido golpeándola, como si la suavidad de la nieve se hubiese transformado en granillos de metal.
No había visto nunca nevar así…

Esa extraña bajada en estado libre, esta mañana, había dejado en regalo láminas de hielo en las calles.
Desde la ventana, aún antes de salir, podía ver un brillo en al asfalto, como si alguien por la noche hubiese lanzado quilos y quilos de purpurina, el maquillaje del mundo después de una noche loca de fría juerga.
Hielo por todas partes, en las aceras y en el medio de la carretera, en los tejados y en los árboles: solo hielo y nieve seca y encogida en los bordillos de la calle para defenderse, ella misma, del frío de aquella soledad, trepando en los muros en pequeños montoncitos…ahí estaba la nieve y daba casi pena

Dicen que a lo largo del día subirán las temperaturas, el invierno todavía no ha llegado y ya estoy harta de él.
El sol ya empieza a derretir la nieve. Hay reflejos plateado en cualquier cosa que se hace evidente aún más en la luz.
El sol, sobre el blanco de la nieve, juega y bromea construyendo momentos de luminosidad extrema.
Cada recorte es un resplandor que hace daño a los ojos, tan brillante y violento; un resplandor que se rompe en gotas casi invisible en cuyo fino cristal danza un increíble, minúsculo y tembloroso arco iris cual esperanza, cabalgando, inalterado, el día   
Saluti e baci...

viernes, 26 de noviembre de 2010

"Ves, querida, no es fácil explicarlo..."

Miro al cielo escribiendo, con el miedo que se vuelva todo blanco y empiece a nevar.
No me gusta la nieve, lo dije y lo repito.
Ni tampoco verla caer, copo tras copo, lento, bailarín.
No me gusta y punto. Yo soy veraniega, la nieve me mete el frío adentro, me parece que lo siento hasta dentro el alma.
Sin embargo, no obstante me distraiga de ella un sentimiento veraniego de amor y calor, huelo su olor en el aire cuando está a punto de llegar.
Lo decía a Marta esta mañana… -entre comilla diré que con Marta la relación “Epistolar-mail” es cotidiana-.
Nos escribimos todos los días, persiguiendo el tiempo que cada una de nosotras vive, contándonos las fracciones y los instantes.
A veces solamente las cosas bonitas, otras las tristes y las bonitas, a veces solo sensaciones…
Volviendo pero a la nieve: el olor de la nieve es un olor seco que siento en la nariz, como una bruma que se deja olfatear y, aunque la nieve sea agua helada, a mí siempre me pareció estar sedienta, un olor de plumas que vuelan o bolas de jabón que, si las tocas, te explotan en las manos.
No sé como explicarlo, es verdad, lo decía también a Marta, a lo mejor solo es una sensación que siento en el aire.
Porque cuando la nieve llega, parece ser que el mundo se prepare: el cielo se viste de blanco candido, como una capa de armiño que busca su agujero, alrededor todo es silencio desteñido, casi blando al tacto, una manta de lana recién comprada, llena de vapor que se desgrana en los dedos como un rosario de oraciones olvidadas.
También la tierra se estremece, como en un canto gregoriano, tonos cupos en armonía con el tiempo.
Y a pesar de todo, no me gusta.
El vaivén del silencio me da miedo: es un abismo de sonidos destruidos, vibraciones que no salen, andamiento lento que se derrama y camina.
Y los copos de nieve, cuando bajan, son como fantasmas, intuiciones ilusorias, poetas cansados que no escriben versos sino caricaturas de los mismos.
No es una sensación que me de bienestar, al revés: toda esta relajación perfecta que parece estar lista para acoger a la nieve, me levanta en un estruendo desordenado, una confusión que me ocupa y preocupa.
De pequeña me gustaba la nieve, sin exagerar.
Cuando iba al colegio, temprano por la mañana, cuando todo era todavía silencio y perfección, recuerdo que me quitaba los guantes, a la altura de la Villa De Nova, después de la Pastelería Torchiana, y con la mano recogía montoncitos de nieve desde el murete y me la comía. En verdad, de pequeña me metía a la boca cualquier cosa…¡Qué sabor más amargo tenía la nieve!
Entonces no había los mismos problemas ambiéntales de hoy en día, la nieve era agua limpia con un corazón de hielo y a esa hora era intacta e integral, un polvo compacto y totalmente natural.
Me acuerdo que me parecía siempre como una rebanada helada de pan de molde, no tanto por su sabor que me dejaba, en cambio, en la boca, un gusto oxidado, sino por su aspecto y color, tan comprimido y sin embargo harinoso…precisamente como salido de un saco, harina inmaculada.
Por otra parte, mi abuela siempre decía “Bajo la nieve hay pan”, homenajeando sus orígenes campesinos: la nieve cubre la tierra, me solía decir, como una pequeña manta que protege las semillas de trigo que luego crecerán, fuertes y amarillas, granos de oro puro, en el verano que vendrá. Y añadía: si haces un agujero y te tapas con la nieve, de bajo sientes como un fuego que te calienta…pero yo, sinceramente, no lo intenté nunca.

Pero, también estas palabras, pocas y fugaces, solo son divagaciones, sugestiones después de previsiones meteorológicas, nada más, porque el cielo está obscuro y azul marino, sin olor a tempestad ni a nieve que viene.
Pero, cualquier pequeña cosa hace que los recuerdos corran a componerse una y otra vez en un puzzle que se va completando más y más, también es cierto.
Como si fuesen un ejercicio de memoria, activo y presente, en la arquitectura de lo que será.
Saluti e baci...
      

Katis&ili

Tira un viento muy frío hoy.
Como previsto, la perturbación ha llegado, desde el norte, desde el Polo parece, como una red transparente de hielo y nieve que se propaga encima de cualquier cosa.

Hoy Marta, antes de salir de casa, me dijo que estaban cayendo los primeros copos sobre Milán –o Meda, no creo cambie mucho la cosa- y me agarró, sinceramente, una delgada nostalgia.
No es porque me guste la nieve, que va, todo lo contrario: siempre digo que nací en el norte por pura casualidad, porque dentro llevo un fuego solar que brilla al sur, al sur de cualquier tierra, de cualquier continente, de cualquier mundo, conocido o no.
Sin embargo, casi conseguía, en la lejanía, ver esos copos de nieve volar y luego caer depositándose en el suelo.
Me vinieron a la mente días lejanos, días de aquellos años que, después de los veinte, corren como flechas enloquecidas lanzadas rabiosamente desde el arco de la vida: un día en el patio con mi hermana.

No son muchos los recuerdos de mi infancia que pueda compartir con la Katis, éramos tan diferentes y teníamos diferentes necesidades que, a lo mejor, estas mismas diferencias, hacían que nos encontráramos muy poco y que, cuando pasara, fueran a menudo más bien choques.

Pero ella, a pesar de todo, es una de esas personas que siempre estuvo ahí cuando lo necesitaba, cuando necesitaba un abrazo, una caricia o dinero, inútil negarlo!, ella siempre estuvo presente, paladín en el tiempo y guardiana de mis errores.
Me gusta pensar que no lo haga solo porque es mi hermana, sino porque ama de mi la persona que soy, prescindiendo de los vínculos familiares y de sangre.
Y estoy segura que es así porque ella tiene un corazón grande, como una almohada de plumas donde todos o muchos se acurrucan para dormir. Yo también.

De aquel día –volviendo al principio- recuerdo los contornos, recuerdo el frío punzante, recuerdo guantes rojos de esos con un solo dedo y una estrella encima, me parece, parecida a las flores de hielo en los cristales de ventanas antiguas.
Me acuerdo muy bien del patio, grande, vacío, lleno de nieve, totalmente blanco e inmaculado en su palidez, solo hacia el fondo donde estaba prácticamente deshabitado…¿Quién vivía ahí? La Pina con su familia…no, cuando éramos niñas, las casas en fondo al patio estaban vacías, nadie vivía ahí…o yo no me acuerdo…
En fin, la nieve al fondo estaba alta, intacta, todavía compacta y casi espumosa: una inmensa extensión de lecha condensada, maleable, como arena de una playa virgen y pura.
Un espacio limpio, tierno, para mimarlo entre los dedos y luego armonizar figuras que pueden parecer vivas y frágiles en sus inmovilidades.
Esto era lo que queríamos hacer: un muñeco de nieve, con una barriga llena y dura, una cara divertida y ojos y boca sin movimiento.

Recuerdo que empezamos a transportar nieve desde el fondo hacia el espacio detrás de la casa donde las adelfas ya estaban cargadas y cansadas de llevar encima la carga de agua helada, y las rosas, tapada con celofán, nos miraban trasudando en la tibieza un perfume que ya no se expandía, solo una huella fugaz de la pasada estación.
Arrastrábamos la nieve con una caja de las que se usaban para meter las frutas y pesaba, pesaba mucho; luego la vertíamos en el lugar elegido…y se volvía al fondo a cargar.
Obviamente, cuando decidimos que la nieve ya era suficiente, la encontramos helada, congelada por el mismo frío que, gota a gota, la componía.
Probablemente nos peleamos lanzándonos encima, la una a la otra, las culpas: tenías que haber empezado a hacer el muñeco…¿por qué no lo has empezado tú? Porque yo soy la mayor…y a me que más me da si lo eres o no…
Como siempre, nos cabreábamos y entonces llegaba nuestra madre y nos llevaba a casa y todo se acababa hasta la próxima vez.

Solo más tarde, un poco más mayorcitas, llegamos a ser hermanas: entonces éramos dos desconocidas que habían vivido su infancia separadas por una u otra razón, dos personas que no se conocían y que, lo repito, eran tan diferentes entre si que parecían semillas de distintos sacos!
Sin embargo, cuando la he necesitado, ella, la Katis, siempre ha estado ahí…aún ahora, a veces, me gustaría pedirle perdón por todas esas veces que la cogí por las trenzas, que le dije que era una “moña”, que me hacía siempre perder jugando a “castellone” porque no sabía correr…
Me gustaría pedirle perdón por todos esos errores que tuvo que sufrir, mis errores, errores de una vida quizás demasiado desordenada.

Le pedí perdón, pero hay en mi como una cierta clase de pudor: a veces ni me daba cuenta que me estaba equivocando, vivía con prisa y de prisa y sin tregua, no frenaba nunca, corría siempre hacia ésto o aquello.
Luego regresaba a casa, a veces sí y otras no, y me lamía las heridas como un gato doméstico y a la vez fiero e indomado y siempre la encontraba esperándome.

Cuando supe, hace días, que lee mi blog, llore. De felicidad porque por fin, sin pensarlo, puedo verdaderamente regalarle mi corazón, ese corazón de vidrio soplado que tengo en el pecho y que a veces pretendo que sea más frío y polar de lo que realmente es.
Sin embargo, ella lo sabe como soy y lo que soy, conoce mis imperfecciones, pero también mi firmeza y resistencia…y me quiere así, sin más .
Una vez más pido perdón, a ella porque a menudo le hice daño, concientemente o no: su respuesta siempre ha sido una mano tendida y por esto, y por mucho más, te quiero mucho Katis       
Saluti e baci...

El "Cole", un sueño...

Un día, José me contó un sueño o un cuento que viene a ser lo mismo.
Nos habíamos conocido desde hace poco, todo todavía estaba en el aire, sin conciencia, como una imagen difuminada.
Han pasado ya muchos años, pero todavía me lo repito.
El sueño decía así:

“En un lugar lejano, un paraíso quizás o la tierra de nadie, allá donde el viento curva rápido y sin frenar desaparece, donde hay nubes incandescentes y la luz es una joya de diamantes y ópalo, más allá del universo conocido, en fin, un poco más allá…hay un lugar donde viven las esencias que aún no son mujeres y hombres, sino solo luz y aire y energía que se funden con el inmenso porvenir.
Aquel lugar que yo llamo “El Cole”, el Colegio, es mágico y colgado en la nada, porque el futuro es nada, pero ahí, sin conciencia, consigues entender cualquier cosa.
Y justo en el Cole vivíamos, tú y yo,  sin tocarnos nunca, sin vernos nunca, y sin embargo tocándonos y viéndonos continuamente sin separarnos jamás.
Se vivía bien en el Cole, sin miedo, sin mañana porque el mañana era hoy y era ayer, en un constante estado de bienestar…éramos muy felices…

Ahí cada uno viajaba, iba y venía, desde un rincón hacia otro sin el pesado equipaje de la consistencia humana, sin cuerpo: solo espíritus que se encontraban, se reconocían y se saludaban.
Sin conocer el amor, el humano que a veces provoca sufrimiento, nos amábamos porque ese era el sentimiento que nos tocaba, a cada uno de nosotros, sin diferencias.
Y tampoco el odio conocíamos ni la violencia, no hacía falta.
Nada turbaba la paz del Cole porque dentro vivían solo espíritus de aquellos que, quizás, a lo mejor algún día, habrían llegado aquí en la tierra para ser asesinos o santos, no sé…
En el Cole, en cambio, la vida era un instante y un instante era la vida y nadie pensaba de poder o deber algún día dejar esa eterna serenidad para cambiar su estado de aire, inconsistente y pura, por un cuerpo que puede sufrir, puede sentir el dolor y luego morir, nadie pensaba en ello.

Pero un día llegó al Cole una esencia que ya había sido hombre en la tierra, más sucia de las demás, menos luminosa porque había visto y conocido el mundo, el mismo que nosotros veíamos desde arriba o desde algún rincón remoto perdido en la nada.
Y tú te alejaste un momento y me dijiste con tu voz que parecía el soplar del viento:
 -Voy a ver que pasa, luego vuelvo
No se decir cuanto tiempo pasó, en el Cole el tiempo no lo decide un reloj ni una campana, el tiempo pasa y va y luego vuelve y empieza a transcurrir de nuevo y a correr para luego volver sin que yo o nadie pudiese darse cuenta de cuanto de ese tiempo hubiese pasado.
Y volviste, con el aliento en el aire, inquieta y feliz.
 -Estuvo en la tierra –me dijiste-, volvió de la tierra, te lo puedes creer? Nunca había hablado con alguien que hubiese estado verdaderamente allá…y dice cosas, dice cosas bellísimas…dice de charcos inmensos que los hombres llaman mar…cuenta de tierras que se levantan desde el horizonte y que se llaman montañas y luego otras, más pequeñas, que llaman colinas…dice que hay lugares donde trozos obscuros de una materia perfumada que llaman madera, forman árboles, así los llaman, altos tan altos que pueden casi tocar el cielo…y además hay una cosa, en fin una persona, que llaman madre y que sabe darte un amor que aquí no se conoce, que te da la vida miles y miles de veces protegiendo la tuya…no es maravilloso?Y hay tantos hombres que corren y hablan…hasta pueden tocarse y verse…
 -También nosotros nos tocamos y nos vemos, ¿no es así?
Te dije yo, pero tú ya no me escuchaban.
Pasabas tu tiempo, desde aquel momento que a mí me parecía haberse hecho de verdad y de repente tangible -como aquí, nada diferente-, con ese ser que aún no sé como llamaba, si esencia impura o hombre o quien sabe que…entonces solo me importabas tú que pasabas el tiempo sin tiempo con él y ya no conmigo…y luego volvías y me decías:
 -Debo irme, tengo que irme a la tierra…no ves cuantas cosas hay ahí? Las montañas y el mar, la gente…hasta las flores…sabes que son las flores? –me preguntabas
Y sin esperar a que yo te contestara, comenzabas a contarme que eran las flores y de nuevo que era el mar. También intentabas explicarme que fuese el amor y yo te preguntaba:
 -¿No tienes suficiente con lo que tenemos aquí? No tienes bastante conmigo?
Y tú me mirabas, sabía que me mirabas aunque no te pudiese ver, y tenías ese aire triste de quien tiene que decir “No, no es suficiente…”
En cambio me contestabas:
 -No es que no sea suficiente, pero tengo necesidad de ver, de conocer, se puede viajar allí abajo y ver cosas nuevas y diferentes, no como aquí…

Se interrumpía siempre el cuento del sueño cuando José llegaba a este punto, se leía como un dolor remoto en la entonación de su hablar.
Y yo me veía niña, correr y buscar, siempre a la búsqueda de algo, increíblemente curiosa.
Y luego más mayor con las mismas ganas de aprender, de viajar, de recurrir andando o como fuera el mundo.
Me veía en esa imagen que él daba de aquella esencia pura que, en teoría, habría tenido que ser yo: la misma gana de andar, el mismo afán de conocer el mundo y la gente y desde esa misma aprender, el mismo deseo de viajar sin límites o fronteras, sin nadie que te dijera dónde y cuándo, siempre en búsqueda de algo, nunca cansada de caminar…
E luego José seguía contando:

“En fin, un buen día –y te explico así el tiempo porque ya ni tampoco me acuerdo que era realmente allá arriba el tiempo- llegaste y con una expresión seria, sin aquella sonrisa que desde lejos, siempre, me decía que estabas llegando, me dijiste:
 -Decidí ya, me voy, me marcho a la tierra y lo que tiene que ser será…
 -No puedes irte solo porque así lo has decidido – te dije-, la sabes que tienes que pedir un cuerpo y luego…qué harás allá en la tierra? Qué haré aquí yo sin ti?
 -No lo sé –me contestaste triste-, solo sé que tengo que irme…por qué no vienes tú también conmigo?
Durante un momento pensé que sí, tendría que haberte dicho que me marchaba contigo, a la tierra o donde te hubiese gustado…pero no fui capaz: sabes que aún ahora me da miedo lo imprevisto, me gusta y me asusta a la vez.
Además yo no era ni soy curioso, yo me conformo con lo que conozco y con el amor que sentía venir de ti y por ti.
Así, en un momento dado, sin que supiese cosa tu estuviste haciendo porque ya tú no eras una esencia -solo pensar en un cuerpo hecho de carne y emociones, te había transformado en un ser que yo no podía comprender como antes-, viniste y me dijiste:
-Todo está arreglado, mañana me marcho
 -Y,¿cuándo es mañana? –te pregunté angustiado
 -Mañana es ahora, estoy lista…me están esperando, tengo  que irme…
Vi como te disolvías y yo, torpe, era como si no pudiese hacer nada para pararte. Vi como una grieta se abría y una gota de sangre caerse de ella hasta abajo.
Luego me explicaron que era la sangre de tu vida, el parto y el dolor que te esperaba allá en la tierra.
Y te esperaba una madre, me dijeron, ese amor que habrías querido conocer y que ahora estaba a tu alcance, muy cerca de ti.

A este punto, normalmente, era yo la que paraba el cuento.
 -¿Por qué no viniste conmigo? –preguntaba siempre
Y José siempre me contestaba lo que ya sabía, que somos tan diferentes, tan diferentes…y que cada uno además corre hacia su destino y no es justo que nadie se intrometa.
Y seguía así el sueño.

“Había pedido al menos que me dejaran mirarte desde arriba, pero me dijeron que no era asunto mío cuidar de te y mirar tu vida.
Desde entonces, el tiempo se hizo de verdad pesado, no pasaba nunca y cuando se iba regresaba luego más cargado aún de aburrimiento y tristeza, mucho más molesto y macizo para transportar.
Me había vuelto débil y ligero, nadie me podía encontrar ya, nunca : buscaba siempre la manera de llegar a ti con el pensamiento y no lo conseguía y los esfuerzos para conseguirlo eran tan grandes que me dejaban sin aliento al borde de lo que era el camino para la tierra.
Entonces, decidí seguirte, pedí un cuerpo y me lo concedieron.
Pero, me dijeron, no me habría quedado a tu lado, habría tenido que buscarte: esto era la tarea que me asignaron, buscarte y encontrarte sin ayuda de ningún cielo, no sabiendo tampoco que te estaba buscando porque, desde mi caída en la tierra, de ti me habría totalmente olvidado.
Y tú de mi…tú también de mí te habías olvidado.
Te habría reconocido, me dijeron, con la sola fuerza del amor humano, ese amor que desde allá arriba me daba tanto miedo…
Y yo también supe que es el amor de una madre, finalmente, quizás, haya merecido la pena hacer ese salto…
Pero tardé cuarenta y cuatro años en volver a reencontrarte y todos los “si”, ahora que te he encontrado, no tienen valor.
¿Te acuerdas? Cuando  nos conocimos te dije que me parecía que te conocía desde siempre: es por esto, sabes , te conocía desde el Cole…

Y aquí se acaba el sueño y empieza la vida
Es verdad, José siempre me repite “Nos conocemos desde el Cole” y a lo mejor es verdad: aquel increíble que nos une y que nos hace casi siempre uno, un círculo hecho por esos hilos que se han anudado juntos, a veces pienso sea fruto de la eternidad, a veces pienso que sea solo un sueño, una maravillosa suerte que nos ha tocado.
Pero hay muchas cosas en este sueño contadas al principio de nuestra historia cuando él, José, no podía saber que yo fuese verdaderamente así, curiosa y cotilla “…siempre lista para masticar el mundo…”: son todos matices que aprendió a distinguir después, con el tiempo.
Al comienzo éramos como cuerpos que habían perdido su sombra y la iban buscando.

De todas formas, sea verdad o sea solo sueño, para mi es un regalo muy grande, nadie me había regalado nunca un cuento tan pensado en mí y para mi… o solo mi hermana cuando escuchaba mis historias delirantes sobre el Gigante Gelsomino y me seguía el juego…pero, después de todo, esa también es una gran historia de amor. 
Saluti e baci...  

jueves, 25 de noviembre de 2010

Lucio Battisti - Io vorrei... non vorrei... ma se vuoi

"Querría,no querría,pero sì quieres..."

Querría conseguir hoy contar cosas bonitas: como las flores de hielo que el frío, durante la noche, bordó con gracia y constancia, encima de las hojas ya ennegrecidas, rotas por los pasos de muchos y por el frío; como el cielo claro, sin nubes, que tapa como un techo el mundo de abajo, la luz que emana del sol que nace detrás de las casas, rozando con sus rayos oblicuos el bosque y las colinas.
Cosas bonitas, como el olor que deja el frío, gaseoso y evanescente, que se contrapone al olor diferente y espeso de leña quemada en las chimeneas; como el aire inmota que, no obstante el sol, huele a nieve, blanca y pálida, que pronto se posará cual beata quimera entre tierra y cielo.

En cambio, fuertes dolores me acompañan también hoy, como espasmos en los huesos, zuecos pesados que le dan vueltas a un cuerpo cansado, diría harto de encontrarse mal.
Sin embargo, ésto también sirve a que los días y las noches, a menudo insomnes, adquieran su valor, como cualquier cosa que nace y crece bajo este cielo.
De otra parte, es verdad que el dolor ofusca la mente, no metafóricamente, sino a través de agresiones: crea como una tapa de sudor goteando, una capa que sin consideración alguna cubre cualquier cosa, cualquier gesto, cualquier acción que te propones cumplir, todo asiste y pide permiso al dolor.
Rey, soberano del cuerpo, se apropia de la mente en igual medida y, es conocido, si la mente no contesta, el cuerpo vale poco, y viceversa, si la mente accede a la llamada, el cuerpo a veces se olvida de la cita: y siempre es la pescadilla que se muerde la cola, el mismo ovillo de intenciones, la mente sin el cuerpo y el cuerpo sin la mente, son dos componentes que, actuando en solitario, pueden causar grandes perjuicios.
Solo espero tener esa fuerza necesaria que, dominando el impulso del dolor, me permita controlar al menos parcialmente los actos y los pensamientos de estos dos gigoló que llevo de paseo, mi cuerpo y mi mente, epicúreos cuando viven e indomables guerreros a la vez.

Púes, siento no ser a menudo una agradable compañía, ni yo tampoco por otra parte, estoy bien acompañada últimamente: pido perdón, disculpas y caricias, aunque sea desde lejos, caricias que me ayuden a no caerme continuamente, que me guíen en el camino si la fuerza me falla y necesito un bastón.
No me da vergüenza, pido ayuda a veces sin intrometerme demasiado, intentando no disturbar porque cada uno vive en sus propias carnes su dolor y no sería justo cargarles a los demás el dolor que es tuyo.

No obstante, me quedo aquí haciendo que mis días sean una crónica verdadera, sin mentiras y con verdad en los dedos, escribiendo lo que siento y lo que al revés me gustaría sentir, pero con la certeza de no estar nunca totalmente sola.
Saluti e baci...

" Y tú escribeme,escribeme si quieres...

Tropezando otra vez en el hilo que ata mis pensamientos, intento de nuevo teneros compañía, levantar el cansancio que en estos días llevo encima.
No siempre consigo ser fiel a la cita con mis mismas palabras, alguna vez me pierdo en otras cosas y la mente divaga.
Son días extraños, casi pesados: cuando les doy vueltas alrededor de mi misma, su peso es una carga. Los huesos me duelen, el cuerpo no siempre contesta a los miles y miles de estímulos que le lanzo.
Será esta nueva estación que, aún prácticamente lejana, ya empieza a marcar los pasos de mis pies, inicia a proyectar  cohetes de silencio blanco en lo que tendría que ser  mi espacio cotidiano de color.

Este blog me está ayudando a adquirir certezas, no tanto por la aprobación de otras personas, no : es como si me estuviese convenciendo de poderlo alcanzar, de ser capaz, alguno de estos día, de recoger en una carpeta virtual todos los cuentos y las historias que se quedan ahí, dóciles pero intrépidos en el ordenador, pidiéndome continuamente “¿Cuándo nos dejarás volar?”
Pensaba necesitar que otros me dijeran que valía o no la pena que lo que escribo viera o no la luz.
Y sin embargo, escribiendo casi a diario, me he dado cuenta que es solo esto lo que quiero, escribir.
No pienso ya casi si mis historias pueden ser también las historias de otros; no me detengo a pensar en como hacer realidad que lo que escribo guste porque seria como querer  erradicar una planta desde el rincón privado donde nació. Sería como si intentara escapar de mis necesidades para satisfacer las de otros.
Entonces, desde  hace algún tiempo, escribo por el gusto de hacerlo, no medio las palabras que verdaderamente, ahora, salen y vuelan lejos sin justificaciones o actos que intenten cambiarlas.
Me ha pasado a veces, antes de ponerme a escribir, de buscar con ansiedad las palabras que pudiesen explicar.
Ahora no, dejo que salgan desde dentro, que cojan este o aquel tren sin dirección preestablecida.
Es lo que a muchos les gustaría hacer, yo incluida: llegar en un aeropuerto, tener bastante dinero en el bolsillo y elegir si no el primer vuelo, al menos aquello que más inspire fantasías, en este o aquel hemisferio, sin ninguna razón que no sea la gana de ir.
Así pasa con mis palabras: van y vienen sin fronteras, sin nudos que las aten o la obliguen en una situación precisa.
Solamente sensaciones, momentos que se deslizan dejando una estría sutil.
Cada instante es un mundo, con sus datos y sus razones, solitario no obstante la unión con los demás momentos

Nada más que añadir. El día, junto a las palabras, nace y fluye siguiendo su camino, el horizonte cambia sus fantasmas rosas por otros de miles diferentes matices, la luna todavía vigila no obstante la luz, resiste al deseo de dormirse dejando que su imagen efímera se difumine en el resplandor de la luminosidad, con naturalidad.

He salido con Ghiaccio, he recurrido los cien pasos dentro el bosque, ahora alumbro el silencio con velas y quemo incienso para desearme, yo sola, “Buongiorno”.
Saluti e baci...     

lunes, 22 de noviembre de 2010

Será que el infinito está más cerca de lo que podamos sospechar, será que con un dedo se alcanza tocarlo si la serenidad del alma coincide y se conecta a este cielo…pero hoy la luna está verdaderamente más cerca de lo que se podría imaginar.
Es una grande cara de acero o, como escribía a Marta esta mañana, un ancla reluciente dejada en alta mar, tan llena y extrema, hinchada por la luz eterna, un faro que da aviso a los navegantes.
Las nubes son solamente arañazos iridiscentes, blancos en la obscuridad, solo laminas en la noche casi acabada.

La  alegría de escribir a veces tropieza con la hoja en blanco. Quien escribe sabe que la página inmaculada resulta ser como un terreno listo para sembrar, terrones  que se dejan mover y educar.
Sin embargo, a veces, el campo se cubre de alabastro, irreducible e inclemente, aunque maleable: sería bonito conseguir siempre trabajar la roca llena de matices rosas y construir jarrones destinados a contener ungüentos y aceites perfumados para aliviar dolores y heridas. No siempre es posible.
A veces, el campo se cubre improvisamente de nieve, copos que caen lentamente como migas de pan bailando en la cólera de la tormenta; pequeños dedos blancos que corren a lo largo de las cuerdas de la tierra y deciden por ti que música tocar; gotas de leche que empapan tus palabras y las derriten como azúcar.
Otras tantas veces, el campo se llena de hierbas desleales que agreden cualquier cosa, de grama maliciosa que deja detrás de sí su tallo arrastrado y salvaje que amalgama cualquier idea.
Otras más, la lluvia lava las intuiciones, baja recta, alineación de un ejército disfrazado y sarcástico que borra los posibles pensamientos.
Cuando pasa, nos quedamos vacíos en la espera, a la espera de algo, de alguien que nos de una mano y marque los momentos.
No es fácil estar delante de un papel blanco: arrastra consigo el todo y la nada.
Entonces, la mente sabia firma un pacto y hace coalición, promete ríos de tinta y palabras que intrigan la vanidad del blanco, adula el vacío  pulverizando esperanzas.
El resultado, a veces, es la composición, más o menos literaria, pero siempre un conjunto que, a través de palabras e ideas, consigue sembrar el campo.
Cuando al contrario, no obstante las certeza del querer, el cráter se queda vacío en la total ausencia de estímulos, el terreno te mira provocativo y se ríe, sigue dejando que caiga la nieve, que baje la lluvia, que la grama engendre hijas e hijos y se adueñe de lo esencial.
Entonces, cada línea que habrías podido trazar, cada palabra que habría podido navegar mojada en tinta hacia pensamientos potenciales, cada boceto de idea que habría podido crear un concepto, se queda ahí, cerrada en la punta del bolígrafo o clavada al teclado no alcanzando componer, con el alfabeto, vocablos, frases…en fin, una floración que valga el precio a pagar!
Cuando ocurre, intentas charlar y razonar con el papel blanco de como sería si esta mañana no tuvieses ideas para compartir!
Saluti e baci...           

sábado, 20 de noviembre de 2010

Esta mañana el cielo parece un enorme abanico de plumas de pavo real que el viento ligero mueve formando olas flotantes entre el negro de la noche y el azul casi plateado de las nubes.
Un anfiteatro de seda cambiante que llama a la mente la puesta en escena de “La tempestad“ shakesperiana donde la olas se mueven y corriendo desplazan el paño azul que simboliza el mar.
El cielo y el mar, puntualmente, me parece que sean hijos de una misma grandeza y, como ahora no puedo detenerme a mirar el agua, me encuentro a menudo mirando hacia arriba buscando en el cielo lo que normalmente en la tierra no veo.
Esa infinita cavidad etérea a la cual nosotros mismos atribuimos un color, me pierde, me asimila en sí cuando levanto la mirada e invento historias que existen o nunca existirán.

Ayer la sospecha de la niebla duró solo un soplo de viento, el mismo que consiguió llevársela consigo, no sé donde ni me lo pregunto porque dirijo mi pensamiento hacia el cielo azul en el cual la misma se ha dispersado y que supo recrear en mí una armonía interior muy vivaz.
Es verdad que me pierdo, escribiendo, en metáforas y piezas bucólicas, reivindico un pasado campesino que hasta hace poco solo conocía en la inconsciencia.
Sin embargo, desde que vivo aquí, el contacto directo con los elementos me obliga casi a sentirme parte de un todo que para los demás, a lo mejor, no significa nada y que para mi, en cambio, representa la esencia de la vida misma.
No soy capaz de despegar mis emociones, mis sensaciones y el vivir, de la lentitud de los ciclos naturales.
Estoy en perfecta simbiosis con el ritmo sagrado de las estaciones, con el pasar del tiempo puntuado por los colores y de los eventos que, lejos de ser solamente atmosféricos, escriben conmigo lo que ocurre o que ocurrirá.
Me siento en equilibrio, como una coral de sonidos y de acciones que se armonizan totalmente con mi existencia y también las contradicciones, las disonancias o las desafinaciones, se funden y no rompen la proporción musical, al revés, realzan el movimiento.
No pretendo que todo el mundo lo entienda, es normal que cada uno viva su propia vida según unas andaduras y modulaciones que le pertenecen: las mías, respetan los tiempos preestablecidos, las alternancias y los ciclos y se dejan fragmentar en un orden que, a menudo, se confunde con el proceso natural.
De esto depende probablemente que me pase los días interrogando cielo y tierra, por esto tropiezo en la inconsistencia de las hojas caídas o puedo sentir el tiempo que va cambiando. Por esto o por algo diferente, no sé.
Hoy, en fin, la ausencia casi total de dolor, me acerca a pensamientos positivos.
No pido nada a la vida, lo que tengo es lo que me pertenece, durante un instante o durante un tiempo infinito.
Estoy además aprendiendo a no exigirme más de lo que pueda dar y darme. Durante toda mi vida, me ofrecí siempre esfuerzos descorteses para encontrar en la acción el sentido a las cosas: ahora presto atención al moto de mi cuerpo, a su intuición y orientación aunque, aún a veces, el perno racional y prepotente vuelva a salir y abofetee los viejos mitos.
De todas formas, intento mantenerme en equilibrio, cada día es un hilo colgante y yo un funámbulo que intenta conseguir llegar al otro lado, con los brazos abiertos para enderezarse cuando un inesperado soplo de viento le empuja y puede caerse. A veces lo consigo, a veces me caigo en la nada, pero ninguna caída, hasta ahora, me impidió levantarme y seguir el juego.

Desde mi ventana veo la calle desierta, solo sombras en la luz de las farolas y una brisa diáfana y elegante que solo puede quitar el polvo a lo que queda de la noche.
Hoy, este día todavía infantil y inofensivo, predice un futuro próximo inteligible y evanescente, como un cuadro pintado ingenuamente con los colores del imprevisible.
Y es, sin duda alguna, un día nuevo…
Saluti e baci...        

jueves, 18 de noviembre de 2010

Vainilla,albaricoque y otros ingredientes

Ayer hice un pudding de vainilla con una capa de salsa de albaricoque.
Normalmente no me gusta el sabor de la vainilla, no la uso casi nunca.
Sin embargo, esta unión de frutas y vainas me convence bastante: por un lado, la base agria y fresca de esta fruta que recuerda prepotentemente el verano, y por el otro el aroma y la consistencia de la leche con vainilla, me parece una combinación interesante que se puede valorar o, al menos, experimentar.
Además, con ese cielo que parecía una gran rebanada de pan blanco untada con mantequilla y azúcar, casi pegajoso al mirarlo porque los dedos, aunque hubiesen querido no habrían podido alcanzarlo, me habían entrado ganas de una pizca de color, de recordar los meses que se habían ido hace poco.
Acababa de ver la piscina desde mi ventana y lo que había visto, había ulteriormente empujado mi corazón hacia mis pies, había vuelto inevitablemente presente la estación en la que estamos no obstante los esfuerzos para contradecir el tiempo: la que fue agua azul, transparente y fría como un arroyo de montaña, ahora tenía el aspecto de un estanque, verde, solitario, olvidado.
Ya no van ni las ranas que en las pasadas noches de verano se reunían en grupos, numerosas, y montaban lo que para ellas habría podido ser una verdadera fiesta: la música la llevaban incorporada en sus gargantas que escupían sin parar sonidos guturales, casi un concierto de violines poco entonados.
A veces, oyendo el ruido de las zambullidas en el agua, me parecía estar de nuevo cerca del mar, el sonido era el de las olas y del eterno chapoteo…o a lo mejor era yo que tenía ganas de oírlo y a menudo, cuando se desea fuertemente una cosa, parece que la misma se haga real, al menos en las intenciones de quien espera
Ayer, sinceramente, me daba pena esa misma piscina donde había pasado horas y horas.
El agua parecía un aguazal donde ni los árboles se atreven a reflejarse. Parecía hasta pesada, una carga de hojas caídas y agua sucia…me pregunté muchas veces porque la dejan en esas condiciones y no encuentro nunca respuestas.
Entonces, en esa melancolía sutil que me estaba cautivando el alma, me dije: “Hagamos algo dulce que nos devuelva, al menos en la boca, algo de verano…”
Y me acorde que hace meses había hecho esta salsa de albaricoque para acompañar un semi-freddo de queso, una especie de helado, y dado que había hecho demasiado, la que había sobrado, acabo en el congelador…hasta ayer cuando la saqué, dejé que se descongelara…y ahí está, la base de mi pudding de vainilla, dulce sin serlo demasiado, una mezcla de sabores y sensaciones que espero no traicione mi expectativas!

Hay pocas cosas ya que me relajen, cocinar está entre estas porque me libra del estado vegetativo en el cual caigo a menudo no teniendo muchas cosas que hacer en mis días a parte los quehaceres cotidianos
Hasta ir de compra, a veces, se hace interesante a mis ojos, un estimulo a salir.
Lo que me decepciona es no tener la capacidad de conocer a nueva gente: aquí, a menudo o casi siempre, me siento observada.
Todo el mundo se conoce, el pueblo es pequeño y parece que no tengan ganas de volver a jugar y de buscar otros caminos que lleven a conocer a nuevas personas.
Para ser sincera totalmente, yo tampoco ya me esfuerzo mucho
Lo intento en la piscina, por ejemplo, cuando voy a nadar para que mi espalda maltratada esté mejor.
 Pero los resultados son decepcionantes: saludas, sonríes y los demás te miran como si tú estuvieses intentando robarles su espacio, de intrometerte en un ambiente que no es el tuyo, no porque tú no lo sienta tuyo, sino porque hacen que, sin palabras, a través de pobres miradas, tú no te sienta parte de aquel engranaje.
Pensaba, sinceramente, que en los pueblos pequeños la gente estuviese mayormente dispuesta al contacto humano: nada de menos verdadero.
Es una pequeña comunidad que por un motivo u otro ha tenido que engrandecerse y dejar parte de su espacio para los nuevos que habían llegado, una colonia humana de extranjeros con idiomas y colores, tradiciones y maneras de ser totalmente diferentes entre sí.
Sin embargo, en vez que favorecer el injerto y permitir entonces el crecimiento de nuevas y coloreadas especies, optaron por aislarse, tú en un sitio y ellos en el otro
Sería bonito hacer de la diversidad la normalidad, sería bonito e interesante desde un punto de vista humano.
En cambio, el resultado es que cada uno se acopla y se agrupa con las personas de su misma ” normalidad “, cada uno busca y encuentra su tierra en otra tierra y los nativos parece que defiendan su trozo de mundo como si alguien estuviese amenazándoles.
Y no es así. No es así pero demasiadas veces no te dan el tiempo para explicarte
Aunque nadie tenga el deber de dar ninguna explicación, a veces sería interesante conversar sobre los porqués, sobre las motivaciones por las cuales una persona elige o ha elegido vivir aquí o allá en vez que en otra parte de universo conocido que, a todos los efectos, tiene derecho a llamar su casa.
Sin embargo, todavía estamos distantes de considerar igual a quien es diferente por idioma, religión o simplemente por elección personal. Las personas no tienen ganas porque lo que es diferente sigue siendo, en la mayor parte de los casos, una amenaza y no el modo y la manera de intercambiar relaciones y vida vivida.
Yo tengo esta exigencia de relación humana, necesito relaciones contantes con el mundo, aunque, ya, tenga que empezar a usar el tiempo pasado porque nos acostumbramos a cualquier cosa.
Siempre digo que el ser humano es un conjunto de costumbres constantes. Lleva en su maleta la costumbre del vivir que resulta ser una secuencia de hábitos llevados cotidianamente, hábitos que se repiten en modelos y medidas, hábitos cuyos tejido y factura se conocen de sobra y se sabe cuando y donde se tiene que llevarlos.
Será que mi viajar eterno me llevó a aceptar cualquier cosa, las diversidades ni me asustan ni me lo parecen: para mí solo son aspectos de las vidas de otros con los cuales siempre me ha gustado y aún me gustaría entrar en contacto.
Intercambiarse formulas y teoremas sobre la vida y la existencia, es la esencia misma de lo que es conocer y aprender, es la base en la condivisión del mundo en el cual, se quiera o no, todos tenemos el mismo ineludible derecho a estar
Si no hubiese fronteras, si el ser humano estuviese verdaderamente libre de andar caminando por el mundo que quiere recorrer, si las barreras no estuviesen hechas por el miedo de los mismos seres humanos, si pudiéramos renunciar a esta absurda prepotencia de propiedad, si supiéramos ver en la otra persona el reflejo de nosotros mismos, si la libertad no fuese una palabra entre millones en el diccionario sino una verdadera toma de consciencia, si las leyes no fuesen un impedimento sino un medio para lograr ser verdaderamente seres libres, si no nos dejáramos obligar en dentro roles impuestos…si…
Con “ Si “ y con “ Pero “  no se hace la historia, es verdad, sin embargo sin ellos no habría deseos y genialidades expresados, también el periodo hipotético tiene un sentido en la historia del ser humano.
Saluti e baci....

martes, 16 de noviembre de 2010

Salgo de casa pronto, todavía no son las ocho
Hay un silencio helado a mí alrededor. Ghiaccio se lanza literalmente al otro lado de la calle hacia los árboles de la piscina.
Los albañiles de la casa en construcción empiezan a llegar casi empaquetados en abrigos y gorros de lana gruesa.
Miro alrededor y luego levanto los ojos: el cielo, hoy, podría ser una concha, blanca, rosa, un inmenso nácar en el cual, casi en broma, un avión traza sin hacer ruido su camino, su vuelo.
Una concha que contiene todos los veteados del cielo, mar y cielo unidos de nuevo, como en un homenaje sin fronteras.
Caminamos sin prisa Ghiaccio y yo: él se para a olfatear los rincones del mundo, un segundo y una parada, dos pasos y otra parada más, hasta el pinar.
Hace frío en el pinar.
Más allá de la verja, el sendero empieza ya a subir, despacio, casi no te das ni cuenta.
Las agujas de pino y las hojas crujen a cada paso, llevan un vestido de escarcha, helado y blanco.
Caminamos entre los árboles, chopos y fresnos, tan altos, casi frágiles, amarillos como oro fundido.
Entre ellos, a lo lejos, se hace hueco el sol. Extiende sus brazos de coral y el chopo se llena de astillas de oro.
De ser un pequeño níspero, el sol se vuelve una naranja creciendo y levantándose: en la pared de la iglesia, aislada en lo alto, guardiana del templo y del bosque, los ladrillos rojos se encienden, las sombras se calientan y todo, la iglesia y los árboles y el cielo se iluminan y, en la luz, comienzan a brillar.
Llegada arriba, casi no puedo respirar: demasiados cigarros, el aliento se va en humo, Ghiaccio tira de mí porque ya quiere volver a casa “ En cambio hoy no te escucho –le digo- hoy se llega hasta el final, arriba y luego bajamos…que eres un perezoso gordito y peloso…anda, ven …”. Y él me sigue, suspiraría si pudiese o me mandaría con toda su voluntad a freír espárragos…
La Hermita de San Isidro no es particularmente bonita, a lo mejor porque la historia non se ha portado muy bien con ella: incendios, despojos, la han vuelto bastante espartana, pero es de todos modos siempre el ojo que domina el valle.
La ves llegar delante de tus ojos, no eres tu sino ella la que se avecina, entre campos de cereales y olivos que le hacen de collar y, en el fondo, casi a molestar, la larga carretera y los coches que desde aquí arriba solo se ven pasar, como los aviones, dejan solo un rastro sin ruido.
El otoño parece haber llegado a su cenit, está en lo lleno de su esplendor coloreado y en estos lugares olvidados por el mundo, todavía se pueden ver los matices, todavía las ves pasar, las estaciones, con pequeños pasos.
El pueblo, las casas esparcidas en la cadera izquierda de la colina, como una mancha de barniz tirada por casualidad, también se tiñen de luz, bostezan en la cara de la mañana y vuelven de nuevo ausentes en sus viejos cimientos.
Estamos a más de 800 metros. En un punto preciso, el pueblo, que marca el principio de la Sierra Norte de la Comunidad de Madrid, llega a lo 811.
El frío aquí se siente, sobre todo por las noches y por las madrugadas. No le da vergüenza su fuerza, levanta sus brazos hacia los árboles y el cielo lanzando hechizos de hielo: lo que queda, es un pequeño humo inconsistente que sale de la boca respirando, las manos heladas que buscan con ansiedad el calorcito de los bolsillos, la nariz que gotea hielo transformado en humedad.
Vuelvo a casa, Ghiaccio hoy hace honor a su nombre, corretea y parece que no le moleste el frío punzante.
Es uno de los primeros días de frío intenso; me siento abrazada por el frío y briosa.
Será verdad que el frío se trae brío desde lejos y ganas de hacer que luego te transmite: al menos moviéndose, a uno le entra calor y no se queda ahí paralizado , como hechizado por la desnudez de los elementos atmosféricos
En la casa en construcción, ya han empezado a trabajar: en el tejado, los  obreros parece que se muevan en bilo como prestidigitadores, funámbulos que van en equilibrio sobre el hilo de la vida
Ahora sí que hay rumores de maquinas pica piedras, de martillos y maquinas para hacer cemento…
Subo las escaleras de prisa, Ghiaccio tiene gana de jugar.
Una vuelta y la puerta se abra: adentro hay calor, hay la tibieza de una humanidad que aún no se ha perdido afortunadamente.
José está desayunando, medio dormido todavía, con los ojos dentro la leche y la mano dando vueltas y vueltas con la cuchara aunque el azúcar ya esté supuestamente derretido
“Ciao cariño “ me dice
“Ciao Joselin” le contesto
Y otro día ha comenzado
Saluti e baci…               

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cartas desde el frente occidental

La luz de las farolas, como si fuese un albaricoque de metal, se refleja en los pocos charcos que aún permanecen, la calle parece moverse debido a un extraño fenómeno óptico y el asfalto me recuerda esos zapatos de charol negro, lucido, de cuando era pequeña y con los cuales siempre me resbalaba.
Mirando por la ventana, la idea es la misma: resbalarse sobre las últimas gotas de lluvia en un día mojado por un lloviznar lento y casi incorpóreo, pero constante y determinado a no dejar ni una esquina seca entre cielo y tierra.
El cielo se ha metido al sol en el bolsillo y ahí se ha olvidado de él, como centavos que valen poco o nada. De vez en cuando, se engancha en los céntimos reales que dormitan en el fondo y tintinea y vibra, pero no hay nadie dispuesto a escuchar. Entonces, se  queda en su sitio y deja que hagan.
Ayer fue un día así, perezoso y sin promesas, que se ha deslizado casi anónimo, uno entre tantos en el calendario que muestra el Partenón, la Acrópolis en una extraña luz nocturna, asomada al mes de Noviembre, y sin embargo recordando un calor veraniego, el de una ciudad que duerme ensimismada en su antigüedad.
Un mes sí y otro no aparece en el calendario, casi por magia, la foto de Don Valerio, entre buganvillas o piedras blancas, entre monumentos o calles adoquinadas, apoyado a un olivo que crece soleado, vestido de blanco.
Y en las otras páginas, seis exactamente, está Atenas en su esplendor histórico y antiguo, clasicismo que se funde con modernidad, monumentos milenarios en un escenario nocturno de una ciudad bochornosa y maltratada.
Don Valerio siempre ha sido para mí un amparo donde poder adormilarse, donde saciar mi ansiedad de saber o solo el sosiego después de la tormenta perfecta.
Me acuerdo que mi madre, cuando me veía confundida o preocupada, me decía siempre: “ Ve donde tu Don Valerio”, porque sabía muy bien que luego habría vuelto en paz conmigo misma y con mis dudas.
Siempre ha sido ese padre del cual me habría gustado recibir caricias y que, al contrario, nunca supo meter su mano en mi cabellos para suavizar o al menos refrescar mis temores, mis incertidumbres de adolescente.
Entonces estaba él, el Don, que sabía hacer, sabía encontrar las palabras o, muy a menudo, sabía escuchar en silencio, sin molestar mi inquietud que a veces se volvía barrera y no dejaba espacio al flujo natural de la vida.
Pero justo en el silencio hablaba, no solo al corazón, también los pensamientos se hacían pequeños riachuelos que de repente encontraban su camino hacia el mar.
Me acuerdo perfectamente del claustro del convento, las columnas de piedra y a su alrededor el prado que se extendía como una sabana verde, los pórticos y los largos paseo contando los pasos y dando miles de vueltas alrededor; las  abejas que zumbían tranquilas, seguras que nadie las habría molestado, buscando flores y plantas en su frenético trabajo cotidiano; la biblioteca que cada vez me dejaba sin palabras, el aliento se paraba y la mente estaba atenta a lo que desde los antiguos manuscritos podía brotar.
Siempre esperé que de repente las palabras salieran de los libros y que los encajes que las trazaban, volviesen a bailar a mi alrededor como cuando las escribieron, desde un tintero y una pluma viejos de siglos, y empezaran de nuevo las danzas del saber preciso, desde los dedos expertos que las crearon.
Era como volar en el medio del tiempo que ahí mismo se había parado, descubrir secretos y conceptos a lo mejor ya desaparecidos en el caos de un pasado que no vuelve, y que, sin embargo, se dejaba espiar, ojear y, bajo algún aspecto, se manifestaba.

Y luego, un buen día, soy yo la que partió hacia otros tiempos, más modernos y dolorosos, y la relación de rompió inexorablemente.
Nos reencontramos desde hace poco, cuando retomé en mis manos mi vida que ya se parecía a un libro sin prólogo ni índex, con una trama compuesta de episodios desatados, sin casi enlaces entre ellos.
También en el reencuentro no hubo palabras, sino un abrazo que parecía contar los años vividos, silenciosamente.
Solo lágrimas para marcar un tiempo que volvía en las palabras sin decir, y que sin embargo lavaban años de soledades y malhumores, también días de alegría y satisfacciones, sin dudas, pero siempre sellados fatalmente por la necesidad de esa caricia que muy a menudo no se producía.
Don Valerio es, como en las fotos del calendario, ese punto firme, la realidad que va y viene y también la necesidad de volver al cauce desde el cual se partió: volver para reencontrarse, para no olvidar, para renovar el propio existir y darse cuenta, al menos durante un instante que, si se anhela al futuro, no se puede dejar atrás los deseos y las esperanzas de ayer.
En cambio, a menudo, yo pedaleo rápidamente y no veo pasar delante de mí las fotos y lo que distingue y subraya lo que soy: en la prisa, me siento como un confeti que ya voló lejos, cuando tendría que verme como una cometa empujada por el viento, pero con un hilo sutil que me agarra y me enlaza a hechos y personas tan importantes en lo que ha sido mi vida hasta hoy.
Nos escribimos Don Valerio y yo y lo raro es que ahora, a veces, siento que nos intercambiamos los roles: él se ha hecho como más débil, pienso incluso que exista como una pequeña grieta en la solidez de su fe. Leo melancolías entre las líneas, veo añoranzas y frustración…Mientras que yo, al contrario, me he vuelto como una piedra sobre la cual sentarse y retomar aliento, un Cíclope que “ mira el mundo desde un ojo de buey…” y ya no tiene miedo de declarar sus debilidades, de firmar acuerdos de paz consigo misma.
No obstante, sus cartas me llenan de alegría porque, para mí, son las mismas que nos escribíamos hace casi treinta años, aunque si el contenido es, por obvias razones, diferente: pero están escritas a mano, puestas en sobres, con sello y destinatario y luego enviadas por correo…y todo suena anacrónico en este mundo computerizado, pero sin duda para mi es leve y pausado en la carrera del vivir cotidiano.

El cielo se divierte en la brisa ligera de la mañana, se mueve con gracia y evanescente en el aire, da vueltas pasajeras y luego vuelve sobre sus pasos.
Mientras, al fondo de la calle,  entre la obscuridad y la luz anaranjada de las farolas, en breve, nubes claras llevaran de paseo a la noche hacia el otro hemisferio que es el mundo desconocido.
Saluti e baci…