viernes, 3 de diciembre de 2010

http://www.youtube.com/watch?v=KKnjaXFqFDc

Aquí estoy…
Tengo tantas cosas que hacer en estos días y otras tantas en mi cabeza.
Y cuando sucede algo así, se crea como una confusión de prioridades, no sé desde donde empezar y cual de las cosas elegir como la más importante.
No es que me haya olvidado del blog ni tampoco de vosotros que con cautela y cariño seguís las líneas que componen las páginas, y en las páginas las palabras que cuento

Anoche volvíamos de Madrid, José y yo, y cerca de San Agustín de Guadalix empezó a nevar.
¡Qué sensación rara!, no tanto la nieve, sino  como caía. Desde el coche en movimiento, al principio, los copos parecían chispas blancas y fluorescentes, se chocaban con las luces del coche y, de repente, adquirían esa fluorescencia que recuerda los espectros. Casi una magia. Un juego de luces y de transparencias que parecían reflejarse directamente desde las luces a los copos que, bajando, bailaban en el aire.
Hacía aire anoche, ¡si que soplaba el viento! Y hacía remolinos con la nieve  que no alcanzaba tocar el asfalto que seguía indemne, sin huellas de agua, casi llevase encima una de aquella gabardina de plástico lúcido y negro que siempre me llaman a la mente esas películas policiaca de los años cuarenta.
El soplo del viento cogía en sus manos la nieve y la lanzaba en círculo fomentando un baile silencioso que empezaba y se difundía en el aire movedizo, como una ola en el cielo negro.
Los copos daban vueltas y vueltas, sin conseguir tocarse el uno al otro y luego, concluyendo el juego, el viento los transportaba y los desplazaba en otras direcciones.
Luego, después de esta primera impresión de danza ritual y sin meta, los copos comenzaban a tirarse contra la ventanilla, como si fuesen hojas sutiles de cuchillos de acero, casi de plata. Y hacían ruido golpeándola, como si la suavidad de la nieve se hubiese transformado en granillos de metal.
No había visto nunca nevar así…

Esa extraña bajada en estado libre, esta mañana, había dejado en regalo láminas de hielo en las calles.
Desde la ventana, aún antes de salir, podía ver un brillo en al asfalto, como si alguien por la noche hubiese lanzado quilos y quilos de purpurina, el maquillaje del mundo después de una noche loca de fría juerga.
Hielo por todas partes, en las aceras y en el medio de la carretera, en los tejados y en los árboles: solo hielo y nieve seca y encogida en los bordillos de la calle para defenderse, ella misma, del frío de aquella soledad, trepando en los muros en pequeños montoncitos…ahí estaba la nieve y daba casi pena

Dicen que a lo largo del día subirán las temperaturas, el invierno todavía no ha llegado y ya estoy harta de él.
El sol ya empieza a derretir la nieve. Hay reflejos plateado en cualquier cosa que se hace evidente aún más en la luz.
El sol, sobre el blanco de la nieve, juega y bromea construyendo momentos de luminosidad extrema.
Cada recorte es un resplandor que hace daño a los ojos, tan brillante y violento; un resplandor que se rompe en gotas casi invisible en cuyo fino cristal danza un increíble, minúsculo y tembloroso arco iris cual esperanza, cabalgando, inalterado, el día   
Saluti e baci...

viernes, 26 de noviembre de 2010

"Ves, querida, no es fácil explicarlo..."

Miro al cielo escribiendo, con el miedo que se vuelva todo blanco y empiece a nevar.
No me gusta la nieve, lo dije y lo repito.
Ni tampoco verla caer, copo tras copo, lento, bailarín.
No me gusta y punto. Yo soy veraniega, la nieve me mete el frío adentro, me parece que lo siento hasta dentro el alma.
Sin embargo, no obstante me distraiga de ella un sentimiento veraniego de amor y calor, huelo su olor en el aire cuando está a punto de llegar.
Lo decía a Marta esta mañana… -entre comilla diré que con Marta la relación “Epistolar-mail” es cotidiana-.
Nos escribimos todos los días, persiguiendo el tiempo que cada una de nosotras vive, contándonos las fracciones y los instantes.
A veces solamente las cosas bonitas, otras las tristes y las bonitas, a veces solo sensaciones…
Volviendo pero a la nieve: el olor de la nieve es un olor seco que siento en la nariz, como una bruma que se deja olfatear y, aunque la nieve sea agua helada, a mí siempre me pareció estar sedienta, un olor de plumas que vuelan o bolas de jabón que, si las tocas, te explotan en las manos.
No sé como explicarlo, es verdad, lo decía también a Marta, a lo mejor solo es una sensación que siento en el aire.
Porque cuando la nieve llega, parece ser que el mundo se prepare: el cielo se viste de blanco candido, como una capa de armiño que busca su agujero, alrededor todo es silencio desteñido, casi blando al tacto, una manta de lana recién comprada, llena de vapor que se desgrana en los dedos como un rosario de oraciones olvidadas.
También la tierra se estremece, como en un canto gregoriano, tonos cupos en armonía con el tiempo.
Y a pesar de todo, no me gusta.
El vaivén del silencio me da miedo: es un abismo de sonidos destruidos, vibraciones que no salen, andamiento lento que se derrama y camina.
Y los copos de nieve, cuando bajan, son como fantasmas, intuiciones ilusorias, poetas cansados que no escriben versos sino caricaturas de los mismos.
No es una sensación que me de bienestar, al revés: toda esta relajación perfecta que parece estar lista para acoger a la nieve, me levanta en un estruendo desordenado, una confusión que me ocupa y preocupa.
De pequeña me gustaba la nieve, sin exagerar.
Cuando iba al colegio, temprano por la mañana, cuando todo era todavía silencio y perfección, recuerdo que me quitaba los guantes, a la altura de la Villa De Nova, después de la Pastelería Torchiana, y con la mano recogía montoncitos de nieve desde el murete y me la comía. En verdad, de pequeña me metía a la boca cualquier cosa…¡Qué sabor más amargo tenía la nieve!
Entonces no había los mismos problemas ambiéntales de hoy en día, la nieve era agua limpia con un corazón de hielo y a esa hora era intacta e integral, un polvo compacto y totalmente natural.
Me acuerdo que me parecía siempre como una rebanada helada de pan de molde, no tanto por su sabor que me dejaba, en cambio, en la boca, un gusto oxidado, sino por su aspecto y color, tan comprimido y sin embargo harinoso…precisamente como salido de un saco, harina inmaculada.
Por otra parte, mi abuela siempre decía “Bajo la nieve hay pan”, homenajeando sus orígenes campesinos: la nieve cubre la tierra, me solía decir, como una pequeña manta que protege las semillas de trigo que luego crecerán, fuertes y amarillas, granos de oro puro, en el verano que vendrá. Y añadía: si haces un agujero y te tapas con la nieve, de bajo sientes como un fuego que te calienta…pero yo, sinceramente, no lo intenté nunca.

Pero, también estas palabras, pocas y fugaces, solo son divagaciones, sugestiones después de previsiones meteorológicas, nada más, porque el cielo está obscuro y azul marino, sin olor a tempestad ni a nieve que viene.
Pero, cualquier pequeña cosa hace que los recuerdos corran a componerse una y otra vez en un puzzle que se va completando más y más, también es cierto.
Como si fuesen un ejercicio de memoria, activo y presente, en la arquitectura de lo que será.
Saluti e baci...
      

Katis&ili

Tira un viento muy frío hoy.
Como previsto, la perturbación ha llegado, desde el norte, desde el Polo parece, como una red transparente de hielo y nieve que se propaga encima de cualquier cosa.

Hoy Marta, antes de salir de casa, me dijo que estaban cayendo los primeros copos sobre Milán –o Meda, no creo cambie mucho la cosa- y me agarró, sinceramente, una delgada nostalgia.
No es porque me guste la nieve, que va, todo lo contrario: siempre digo que nací en el norte por pura casualidad, porque dentro llevo un fuego solar que brilla al sur, al sur de cualquier tierra, de cualquier continente, de cualquier mundo, conocido o no.
Sin embargo, casi conseguía, en la lejanía, ver esos copos de nieve volar y luego caer depositándose en el suelo.
Me vinieron a la mente días lejanos, días de aquellos años que, después de los veinte, corren como flechas enloquecidas lanzadas rabiosamente desde el arco de la vida: un día en el patio con mi hermana.

No son muchos los recuerdos de mi infancia que pueda compartir con la Katis, éramos tan diferentes y teníamos diferentes necesidades que, a lo mejor, estas mismas diferencias, hacían que nos encontráramos muy poco y que, cuando pasara, fueran a menudo más bien choques.

Pero ella, a pesar de todo, es una de esas personas que siempre estuvo ahí cuando lo necesitaba, cuando necesitaba un abrazo, una caricia o dinero, inútil negarlo!, ella siempre estuvo presente, paladín en el tiempo y guardiana de mis errores.
Me gusta pensar que no lo haga solo porque es mi hermana, sino porque ama de mi la persona que soy, prescindiendo de los vínculos familiares y de sangre.
Y estoy segura que es así porque ella tiene un corazón grande, como una almohada de plumas donde todos o muchos se acurrucan para dormir. Yo también.

De aquel día –volviendo al principio- recuerdo los contornos, recuerdo el frío punzante, recuerdo guantes rojos de esos con un solo dedo y una estrella encima, me parece, parecida a las flores de hielo en los cristales de ventanas antiguas.
Me acuerdo muy bien del patio, grande, vacío, lleno de nieve, totalmente blanco e inmaculado en su palidez, solo hacia el fondo donde estaba prácticamente deshabitado…¿Quién vivía ahí? La Pina con su familia…no, cuando éramos niñas, las casas en fondo al patio estaban vacías, nadie vivía ahí…o yo no me acuerdo…
En fin, la nieve al fondo estaba alta, intacta, todavía compacta y casi espumosa: una inmensa extensión de lecha condensada, maleable, como arena de una playa virgen y pura.
Un espacio limpio, tierno, para mimarlo entre los dedos y luego armonizar figuras que pueden parecer vivas y frágiles en sus inmovilidades.
Esto era lo que queríamos hacer: un muñeco de nieve, con una barriga llena y dura, una cara divertida y ojos y boca sin movimiento.

Recuerdo que empezamos a transportar nieve desde el fondo hacia el espacio detrás de la casa donde las adelfas ya estaban cargadas y cansadas de llevar encima la carga de agua helada, y las rosas, tapada con celofán, nos miraban trasudando en la tibieza un perfume que ya no se expandía, solo una huella fugaz de la pasada estación.
Arrastrábamos la nieve con una caja de las que se usaban para meter las frutas y pesaba, pesaba mucho; luego la vertíamos en el lugar elegido…y se volvía al fondo a cargar.
Obviamente, cuando decidimos que la nieve ya era suficiente, la encontramos helada, congelada por el mismo frío que, gota a gota, la componía.
Probablemente nos peleamos lanzándonos encima, la una a la otra, las culpas: tenías que haber empezado a hacer el muñeco…¿por qué no lo has empezado tú? Porque yo soy la mayor…y a me que más me da si lo eres o no…
Como siempre, nos cabreábamos y entonces llegaba nuestra madre y nos llevaba a casa y todo se acababa hasta la próxima vez.

Solo más tarde, un poco más mayorcitas, llegamos a ser hermanas: entonces éramos dos desconocidas que habían vivido su infancia separadas por una u otra razón, dos personas que no se conocían y que, lo repito, eran tan diferentes entre si que parecían semillas de distintos sacos!
Sin embargo, cuando la he necesitado, ella, la Katis, siempre ha estado ahí…aún ahora, a veces, me gustaría pedirle perdón por todas esas veces que la cogí por las trenzas, que le dije que era una “moña”, que me hacía siempre perder jugando a “castellone” porque no sabía correr…
Me gustaría pedirle perdón por todos esos errores que tuvo que sufrir, mis errores, errores de una vida quizás demasiado desordenada.

Le pedí perdón, pero hay en mi como una cierta clase de pudor: a veces ni me daba cuenta que me estaba equivocando, vivía con prisa y de prisa y sin tregua, no frenaba nunca, corría siempre hacia ésto o aquello.
Luego regresaba a casa, a veces sí y otras no, y me lamía las heridas como un gato doméstico y a la vez fiero e indomado y siempre la encontraba esperándome.

Cuando supe, hace días, que lee mi blog, llore. De felicidad porque por fin, sin pensarlo, puedo verdaderamente regalarle mi corazón, ese corazón de vidrio soplado que tengo en el pecho y que a veces pretendo que sea más frío y polar de lo que realmente es.
Sin embargo, ella lo sabe como soy y lo que soy, conoce mis imperfecciones, pero también mi firmeza y resistencia…y me quiere así, sin más .
Una vez más pido perdón, a ella porque a menudo le hice daño, concientemente o no: su respuesta siempre ha sido una mano tendida y por esto, y por mucho más, te quiero mucho Katis       
Saluti e baci...

El "Cole", un sueño...

Un día, José me contó un sueño o un cuento que viene a ser lo mismo.
Nos habíamos conocido desde hace poco, todo todavía estaba en el aire, sin conciencia, como una imagen difuminada.
Han pasado ya muchos años, pero todavía me lo repito.
El sueño decía así:

“En un lugar lejano, un paraíso quizás o la tierra de nadie, allá donde el viento curva rápido y sin frenar desaparece, donde hay nubes incandescentes y la luz es una joya de diamantes y ópalo, más allá del universo conocido, en fin, un poco más allá…hay un lugar donde viven las esencias que aún no son mujeres y hombres, sino solo luz y aire y energía que se funden con el inmenso porvenir.
Aquel lugar que yo llamo “El Cole”, el Colegio, es mágico y colgado en la nada, porque el futuro es nada, pero ahí, sin conciencia, consigues entender cualquier cosa.
Y justo en el Cole vivíamos, tú y yo,  sin tocarnos nunca, sin vernos nunca, y sin embargo tocándonos y viéndonos continuamente sin separarnos jamás.
Se vivía bien en el Cole, sin miedo, sin mañana porque el mañana era hoy y era ayer, en un constante estado de bienestar…éramos muy felices…

Ahí cada uno viajaba, iba y venía, desde un rincón hacia otro sin el pesado equipaje de la consistencia humana, sin cuerpo: solo espíritus que se encontraban, se reconocían y se saludaban.
Sin conocer el amor, el humano que a veces provoca sufrimiento, nos amábamos porque ese era el sentimiento que nos tocaba, a cada uno de nosotros, sin diferencias.
Y tampoco el odio conocíamos ni la violencia, no hacía falta.
Nada turbaba la paz del Cole porque dentro vivían solo espíritus de aquellos que, quizás, a lo mejor algún día, habrían llegado aquí en la tierra para ser asesinos o santos, no sé…
En el Cole, en cambio, la vida era un instante y un instante era la vida y nadie pensaba de poder o deber algún día dejar esa eterna serenidad para cambiar su estado de aire, inconsistente y pura, por un cuerpo que puede sufrir, puede sentir el dolor y luego morir, nadie pensaba en ello.

Pero un día llegó al Cole una esencia que ya había sido hombre en la tierra, más sucia de las demás, menos luminosa porque había visto y conocido el mundo, el mismo que nosotros veíamos desde arriba o desde algún rincón remoto perdido en la nada.
Y tú te alejaste un momento y me dijiste con tu voz que parecía el soplar del viento:
 -Voy a ver que pasa, luego vuelvo
No se decir cuanto tiempo pasó, en el Cole el tiempo no lo decide un reloj ni una campana, el tiempo pasa y va y luego vuelve y empieza a transcurrir de nuevo y a correr para luego volver sin que yo o nadie pudiese darse cuenta de cuanto de ese tiempo hubiese pasado.
Y volviste, con el aliento en el aire, inquieta y feliz.
 -Estuvo en la tierra –me dijiste-, volvió de la tierra, te lo puedes creer? Nunca había hablado con alguien que hubiese estado verdaderamente allá…y dice cosas, dice cosas bellísimas…dice de charcos inmensos que los hombres llaman mar…cuenta de tierras que se levantan desde el horizonte y que se llaman montañas y luego otras, más pequeñas, que llaman colinas…dice que hay lugares donde trozos obscuros de una materia perfumada que llaman madera, forman árboles, así los llaman, altos tan altos que pueden casi tocar el cielo…y además hay una cosa, en fin una persona, que llaman madre y que sabe darte un amor que aquí no se conoce, que te da la vida miles y miles de veces protegiendo la tuya…no es maravilloso?Y hay tantos hombres que corren y hablan…hasta pueden tocarse y verse…
 -También nosotros nos tocamos y nos vemos, ¿no es así?
Te dije yo, pero tú ya no me escuchaban.
Pasabas tu tiempo, desde aquel momento que a mí me parecía haberse hecho de verdad y de repente tangible -como aquí, nada diferente-, con ese ser que aún no sé como llamaba, si esencia impura o hombre o quien sabe que…entonces solo me importabas tú que pasabas el tiempo sin tiempo con él y ya no conmigo…y luego volvías y me decías:
 -Debo irme, tengo que irme a la tierra…no ves cuantas cosas hay ahí? Las montañas y el mar, la gente…hasta las flores…sabes que son las flores? –me preguntabas
Y sin esperar a que yo te contestara, comenzabas a contarme que eran las flores y de nuevo que era el mar. También intentabas explicarme que fuese el amor y yo te preguntaba:
 -¿No tienes suficiente con lo que tenemos aquí? No tienes bastante conmigo?
Y tú me mirabas, sabía que me mirabas aunque no te pudiese ver, y tenías ese aire triste de quien tiene que decir “No, no es suficiente…”
En cambio me contestabas:
 -No es que no sea suficiente, pero tengo necesidad de ver, de conocer, se puede viajar allí abajo y ver cosas nuevas y diferentes, no como aquí…

Se interrumpía siempre el cuento del sueño cuando José llegaba a este punto, se leía como un dolor remoto en la entonación de su hablar.
Y yo me veía niña, correr y buscar, siempre a la búsqueda de algo, increíblemente curiosa.
Y luego más mayor con las mismas ganas de aprender, de viajar, de recurrir andando o como fuera el mundo.
Me veía en esa imagen que él daba de aquella esencia pura que, en teoría, habría tenido que ser yo: la misma gana de andar, el mismo afán de conocer el mundo y la gente y desde esa misma aprender, el mismo deseo de viajar sin límites o fronteras, sin nadie que te dijera dónde y cuándo, siempre en búsqueda de algo, nunca cansada de caminar…
E luego José seguía contando:

“En fin, un buen día –y te explico así el tiempo porque ya ni tampoco me acuerdo que era realmente allá arriba el tiempo- llegaste y con una expresión seria, sin aquella sonrisa que desde lejos, siempre, me decía que estabas llegando, me dijiste:
 -Decidí ya, me voy, me marcho a la tierra y lo que tiene que ser será…
 -No puedes irte solo porque así lo has decidido – te dije-, la sabes que tienes que pedir un cuerpo y luego…qué harás allá en la tierra? Qué haré aquí yo sin ti?
 -No lo sé –me contestaste triste-, solo sé que tengo que irme…por qué no vienes tú también conmigo?
Durante un momento pensé que sí, tendría que haberte dicho que me marchaba contigo, a la tierra o donde te hubiese gustado…pero no fui capaz: sabes que aún ahora me da miedo lo imprevisto, me gusta y me asusta a la vez.
Además yo no era ni soy curioso, yo me conformo con lo que conozco y con el amor que sentía venir de ti y por ti.
Así, en un momento dado, sin que supiese cosa tu estuviste haciendo porque ya tú no eras una esencia -solo pensar en un cuerpo hecho de carne y emociones, te había transformado en un ser que yo no podía comprender como antes-, viniste y me dijiste:
-Todo está arreglado, mañana me marcho
 -Y,¿cuándo es mañana? –te pregunté angustiado
 -Mañana es ahora, estoy lista…me están esperando, tengo  que irme…
Vi como te disolvías y yo, torpe, era como si no pudiese hacer nada para pararte. Vi como una grieta se abría y una gota de sangre caerse de ella hasta abajo.
Luego me explicaron que era la sangre de tu vida, el parto y el dolor que te esperaba allá en la tierra.
Y te esperaba una madre, me dijeron, ese amor que habrías querido conocer y que ahora estaba a tu alcance, muy cerca de ti.

A este punto, normalmente, era yo la que paraba el cuento.
 -¿Por qué no viniste conmigo? –preguntaba siempre
Y José siempre me contestaba lo que ya sabía, que somos tan diferentes, tan diferentes…y que cada uno además corre hacia su destino y no es justo que nadie se intrometa.
Y seguía así el sueño.

“Había pedido al menos que me dejaran mirarte desde arriba, pero me dijeron que no era asunto mío cuidar de te y mirar tu vida.
Desde entonces, el tiempo se hizo de verdad pesado, no pasaba nunca y cuando se iba regresaba luego más cargado aún de aburrimiento y tristeza, mucho más molesto y macizo para transportar.
Me había vuelto débil y ligero, nadie me podía encontrar ya, nunca : buscaba siempre la manera de llegar a ti con el pensamiento y no lo conseguía y los esfuerzos para conseguirlo eran tan grandes que me dejaban sin aliento al borde de lo que era el camino para la tierra.
Entonces, decidí seguirte, pedí un cuerpo y me lo concedieron.
Pero, me dijeron, no me habría quedado a tu lado, habría tenido que buscarte: esto era la tarea que me asignaron, buscarte y encontrarte sin ayuda de ningún cielo, no sabiendo tampoco que te estaba buscando porque, desde mi caída en la tierra, de ti me habría totalmente olvidado.
Y tú de mi…tú también de mí te habías olvidado.
Te habría reconocido, me dijeron, con la sola fuerza del amor humano, ese amor que desde allá arriba me daba tanto miedo…
Y yo también supe que es el amor de una madre, finalmente, quizás, haya merecido la pena hacer ese salto…
Pero tardé cuarenta y cuatro años en volver a reencontrarte y todos los “si”, ahora que te he encontrado, no tienen valor.
¿Te acuerdas? Cuando  nos conocimos te dije que me parecía que te conocía desde siempre: es por esto, sabes , te conocía desde el Cole…

Y aquí se acaba el sueño y empieza la vida
Es verdad, José siempre me repite “Nos conocemos desde el Cole” y a lo mejor es verdad: aquel increíble que nos une y que nos hace casi siempre uno, un círculo hecho por esos hilos que se han anudado juntos, a veces pienso sea fruto de la eternidad, a veces pienso que sea solo un sueño, una maravillosa suerte que nos ha tocado.
Pero hay muchas cosas en este sueño contadas al principio de nuestra historia cuando él, José, no podía saber que yo fuese verdaderamente así, curiosa y cotilla “…siempre lista para masticar el mundo…”: son todos matices que aprendió a distinguir después, con el tiempo.
Al comienzo éramos como cuerpos que habían perdido su sombra y la iban buscando.

De todas formas, sea verdad o sea solo sueño, para mi es un regalo muy grande, nadie me había regalado nunca un cuento tan pensado en mí y para mi… o solo mi hermana cuando escuchaba mis historias delirantes sobre el Gigante Gelsomino y me seguía el juego…pero, después de todo, esa también es una gran historia de amor. 
Saluti e baci...  

jueves, 25 de noviembre de 2010

Lucio Battisti - Io vorrei... non vorrei... ma se vuoi

"Querría,no querría,pero sì quieres..."

Querría conseguir hoy contar cosas bonitas: como las flores de hielo que el frío, durante la noche, bordó con gracia y constancia, encima de las hojas ya ennegrecidas, rotas por los pasos de muchos y por el frío; como el cielo claro, sin nubes, que tapa como un techo el mundo de abajo, la luz que emana del sol que nace detrás de las casas, rozando con sus rayos oblicuos el bosque y las colinas.
Cosas bonitas, como el olor que deja el frío, gaseoso y evanescente, que se contrapone al olor diferente y espeso de leña quemada en las chimeneas; como el aire inmota que, no obstante el sol, huele a nieve, blanca y pálida, que pronto se posará cual beata quimera entre tierra y cielo.

En cambio, fuertes dolores me acompañan también hoy, como espasmos en los huesos, zuecos pesados que le dan vueltas a un cuerpo cansado, diría harto de encontrarse mal.
Sin embargo, ésto también sirve a que los días y las noches, a menudo insomnes, adquieran su valor, como cualquier cosa que nace y crece bajo este cielo.
De otra parte, es verdad que el dolor ofusca la mente, no metafóricamente, sino a través de agresiones: crea como una tapa de sudor goteando, una capa que sin consideración alguna cubre cualquier cosa, cualquier gesto, cualquier acción que te propones cumplir, todo asiste y pide permiso al dolor.
Rey, soberano del cuerpo, se apropia de la mente en igual medida y, es conocido, si la mente no contesta, el cuerpo vale poco, y viceversa, si la mente accede a la llamada, el cuerpo a veces se olvida de la cita: y siempre es la pescadilla que se muerde la cola, el mismo ovillo de intenciones, la mente sin el cuerpo y el cuerpo sin la mente, son dos componentes que, actuando en solitario, pueden causar grandes perjuicios.
Solo espero tener esa fuerza necesaria que, dominando el impulso del dolor, me permita controlar al menos parcialmente los actos y los pensamientos de estos dos gigoló que llevo de paseo, mi cuerpo y mi mente, epicúreos cuando viven e indomables guerreros a la vez.

Púes, siento no ser a menudo una agradable compañía, ni yo tampoco por otra parte, estoy bien acompañada últimamente: pido perdón, disculpas y caricias, aunque sea desde lejos, caricias que me ayuden a no caerme continuamente, que me guíen en el camino si la fuerza me falla y necesito un bastón.
No me da vergüenza, pido ayuda a veces sin intrometerme demasiado, intentando no disturbar porque cada uno vive en sus propias carnes su dolor y no sería justo cargarles a los demás el dolor que es tuyo.

No obstante, me quedo aquí haciendo que mis días sean una crónica verdadera, sin mentiras y con verdad en los dedos, escribiendo lo que siento y lo que al revés me gustaría sentir, pero con la certeza de no estar nunca totalmente sola.
Saluti e baci...

" Y tú escribeme,escribeme si quieres...

Tropezando otra vez en el hilo que ata mis pensamientos, intento de nuevo teneros compañía, levantar el cansancio que en estos días llevo encima.
No siempre consigo ser fiel a la cita con mis mismas palabras, alguna vez me pierdo en otras cosas y la mente divaga.
Son días extraños, casi pesados: cuando les doy vueltas alrededor de mi misma, su peso es una carga. Los huesos me duelen, el cuerpo no siempre contesta a los miles y miles de estímulos que le lanzo.
Será esta nueva estación que, aún prácticamente lejana, ya empieza a marcar los pasos de mis pies, inicia a proyectar  cohetes de silencio blanco en lo que tendría que ser  mi espacio cotidiano de color.

Este blog me está ayudando a adquirir certezas, no tanto por la aprobación de otras personas, no : es como si me estuviese convenciendo de poderlo alcanzar, de ser capaz, alguno de estos día, de recoger en una carpeta virtual todos los cuentos y las historias que se quedan ahí, dóciles pero intrépidos en el ordenador, pidiéndome continuamente “¿Cuándo nos dejarás volar?”
Pensaba necesitar que otros me dijeran que valía o no la pena que lo que escribo viera o no la luz.
Y sin embargo, escribiendo casi a diario, me he dado cuenta que es solo esto lo que quiero, escribir.
No pienso ya casi si mis historias pueden ser también las historias de otros; no me detengo a pensar en como hacer realidad que lo que escribo guste porque seria como querer  erradicar una planta desde el rincón privado donde nació. Sería como si intentara escapar de mis necesidades para satisfacer las de otros.
Entonces, desde  hace algún tiempo, escribo por el gusto de hacerlo, no medio las palabras que verdaderamente, ahora, salen y vuelan lejos sin justificaciones o actos que intenten cambiarlas.
Me ha pasado a veces, antes de ponerme a escribir, de buscar con ansiedad las palabras que pudiesen explicar.
Ahora no, dejo que salgan desde dentro, que cojan este o aquel tren sin dirección preestablecida.
Es lo que a muchos les gustaría hacer, yo incluida: llegar en un aeropuerto, tener bastante dinero en el bolsillo y elegir si no el primer vuelo, al menos aquello que más inspire fantasías, en este o aquel hemisferio, sin ninguna razón que no sea la gana de ir.
Así pasa con mis palabras: van y vienen sin fronteras, sin nudos que las aten o la obliguen en una situación precisa.
Solamente sensaciones, momentos que se deslizan dejando una estría sutil.
Cada instante es un mundo, con sus datos y sus razones, solitario no obstante la unión con los demás momentos

Nada más que añadir. El día, junto a las palabras, nace y fluye siguiendo su camino, el horizonte cambia sus fantasmas rosas por otros de miles diferentes matices, la luna todavía vigila no obstante la luz, resiste al deseo de dormirse dejando que su imagen efímera se difumine en el resplandor de la luminosidad, con naturalidad.

He salido con Ghiaccio, he recurrido los cien pasos dentro el bosque, ahora alumbro el silencio con velas y quemo incienso para desearme, yo sola, “Buongiorno”.
Saluti e baci...