viernes, 26 de noviembre de 2010

"Ves, querida, no es fácil explicarlo..."

Miro al cielo escribiendo, con el miedo que se vuelva todo blanco y empiece a nevar.
No me gusta la nieve, lo dije y lo repito.
Ni tampoco verla caer, copo tras copo, lento, bailarín.
No me gusta y punto. Yo soy veraniega, la nieve me mete el frío adentro, me parece que lo siento hasta dentro el alma.
Sin embargo, no obstante me distraiga de ella un sentimiento veraniego de amor y calor, huelo su olor en el aire cuando está a punto de llegar.
Lo decía a Marta esta mañana… -entre comilla diré que con Marta la relación “Epistolar-mail” es cotidiana-.
Nos escribimos todos los días, persiguiendo el tiempo que cada una de nosotras vive, contándonos las fracciones y los instantes.
A veces solamente las cosas bonitas, otras las tristes y las bonitas, a veces solo sensaciones…
Volviendo pero a la nieve: el olor de la nieve es un olor seco que siento en la nariz, como una bruma que se deja olfatear y, aunque la nieve sea agua helada, a mí siempre me pareció estar sedienta, un olor de plumas que vuelan o bolas de jabón que, si las tocas, te explotan en las manos.
No sé como explicarlo, es verdad, lo decía también a Marta, a lo mejor solo es una sensación que siento en el aire.
Porque cuando la nieve llega, parece ser que el mundo se prepare: el cielo se viste de blanco candido, como una capa de armiño que busca su agujero, alrededor todo es silencio desteñido, casi blando al tacto, una manta de lana recién comprada, llena de vapor que se desgrana en los dedos como un rosario de oraciones olvidadas.
También la tierra se estremece, como en un canto gregoriano, tonos cupos en armonía con el tiempo.
Y a pesar de todo, no me gusta.
El vaivén del silencio me da miedo: es un abismo de sonidos destruidos, vibraciones que no salen, andamiento lento que se derrama y camina.
Y los copos de nieve, cuando bajan, son como fantasmas, intuiciones ilusorias, poetas cansados que no escriben versos sino caricaturas de los mismos.
No es una sensación que me de bienestar, al revés: toda esta relajación perfecta que parece estar lista para acoger a la nieve, me levanta en un estruendo desordenado, una confusión que me ocupa y preocupa.
De pequeña me gustaba la nieve, sin exagerar.
Cuando iba al colegio, temprano por la mañana, cuando todo era todavía silencio y perfección, recuerdo que me quitaba los guantes, a la altura de la Villa De Nova, después de la Pastelería Torchiana, y con la mano recogía montoncitos de nieve desde el murete y me la comía. En verdad, de pequeña me metía a la boca cualquier cosa…¡Qué sabor más amargo tenía la nieve!
Entonces no había los mismos problemas ambiéntales de hoy en día, la nieve era agua limpia con un corazón de hielo y a esa hora era intacta e integral, un polvo compacto y totalmente natural.
Me acuerdo que me parecía siempre como una rebanada helada de pan de molde, no tanto por su sabor que me dejaba, en cambio, en la boca, un gusto oxidado, sino por su aspecto y color, tan comprimido y sin embargo harinoso…precisamente como salido de un saco, harina inmaculada.
Por otra parte, mi abuela siempre decía “Bajo la nieve hay pan”, homenajeando sus orígenes campesinos: la nieve cubre la tierra, me solía decir, como una pequeña manta que protege las semillas de trigo que luego crecerán, fuertes y amarillas, granos de oro puro, en el verano que vendrá. Y añadía: si haces un agujero y te tapas con la nieve, de bajo sientes como un fuego que te calienta…pero yo, sinceramente, no lo intenté nunca.

Pero, también estas palabras, pocas y fugaces, solo son divagaciones, sugestiones después de previsiones meteorológicas, nada más, porque el cielo está obscuro y azul marino, sin olor a tempestad ni a nieve que viene.
Pero, cualquier pequeña cosa hace que los recuerdos corran a componerse una y otra vez en un puzzle que se va completando más y más, también es cierto.
Como si fuesen un ejercicio de memoria, activo y presente, en la arquitectura de lo que será.
Saluti e baci...
      

1 comentario:

  1. A mi siempre me gustó la nieve, al igual que tu, en el pueblo -Chihuahua, México- soliamos agarrarla en vasos y sumarle a la nieve leche evaporada, choclate y azucar, nos divertíamos pensando que era la mejor nieve del mundo - aún lo creo - y comiamos vaso tras vaso; no faltaban las guerras con lbolas de nieve y hacer muñecos con la misma, siempre era diversión con la nieve; olvidábamos el frío y el refrío posterior bien valía la pena; el crujir de la tersa nieve bajo los pues era recordatorio de felicidad en la época decembrina.

    En Chihuaua, a diferencia de las ciudades europeas, la nieve no dura, a lo mucho llega a durar 5 dias y no queda ni rastro de ella, solo nos quedamos a la espera de otra despistada nevada invernal pero a lo mucho caen 5 al año, creo que es por eso que nos gusta tanto.

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