viernes, 26 de noviembre de 2010

El "Cole", un sueño...

Un día, José me contó un sueño o un cuento que viene a ser lo mismo.
Nos habíamos conocido desde hace poco, todo todavía estaba en el aire, sin conciencia, como una imagen difuminada.
Han pasado ya muchos años, pero todavía me lo repito.
El sueño decía así:

“En un lugar lejano, un paraíso quizás o la tierra de nadie, allá donde el viento curva rápido y sin frenar desaparece, donde hay nubes incandescentes y la luz es una joya de diamantes y ópalo, más allá del universo conocido, en fin, un poco más allá…hay un lugar donde viven las esencias que aún no son mujeres y hombres, sino solo luz y aire y energía que se funden con el inmenso porvenir.
Aquel lugar que yo llamo “El Cole”, el Colegio, es mágico y colgado en la nada, porque el futuro es nada, pero ahí, sin conciencia, consigues entender cualquier cosa.
Y justo en el Cole vivíamos, tú y yo,  sin tocarnos nunca, sin vernos nunca, y sin embargo tocándonos y viéndonos continuamente sin separarnos jamás.
Se vivía bien en el Cole, sin miedo, sin mañana porque el mañana era hoy y era ayer, en un constante estado de bienestar…éramos muy felices…

Ahí cada uno viajaba, iba y venía, desde un rincón hacia otro sin el pesado equipaje de la consistencia humana, sin cuerpo: solo espíritus que se encontraban, se reconocían y se saludaban.
Sin conocer el amor, el humano que a veces provoca sufrimiento, nos amábamos porque ese era el sentimiento que nos tocaba, a cada uno de nosotros, sin diferencias.
Y tampoco el odio conocíamos ni la violencia, no hacía falta.
Nada turbaba la paz del Cole porque dentro vivían solo espíritus de aquellos que, quizás, a lo mejor algún día, habrían llegado aquí en la tierra para ser asesinos o santos, no sé…
En el Cole, en cambio, la vida era un instante y un instante era la vida y nadie pensaba de poder o deber algún día dejar esa eterna serenidad para cambiar su estado de aire, inconsistente y pura, por un cuerpo que puede sufrir, puede sentir el dolor y luego morir, nadie pensaba en ello.

Pero un día llegó al Cole una esencia que ya había sido hombre en la tierra, más sucia de las demás, menos luminosa porque había visto y conocido el mundo, el mismo que nosotros veíamos desde arriba o desde algún rincón remoto perdido en la nada.
Y tú te alejaste un momento y me dijiste con tu voz que parecía el soplar del viento:
 -Voy a ver que pasa, luego vuelvo
No se decir cuanto tiempo pasó, en el Cole el tiempo no lo decide un reloj ni una campana, el tiempo pasa y va y luego vuelve y empieza a transcurrir de nuevo y a correr para luego volver sin que yo o nadie pudiese darse cuenta de cuanto de ese tiempo hubiese pasado.
Y volviste, con el aliento en el aire, inquieta y feliz.
 -Estuvo en la tierra –me dijiste-, volvió de la tierra, te lo puedes creer? Nunca había hablado con alguien que hubiese estado verdaderamente allá…y dice cosas, dice cosas bellísimas…dice de charcos inmensos que los hombres llaman mar…cuenta de tierras que se levantan desde el horizonte y que se llaman montañas y luego otras, más pequeñas, que llaman colinas…dice que hay lugares donde trozos obscuros de una materia perfumada que llaman madera, forman árboles, así los llaman, altos tan altos que pueden casi tocar el cielo…y además hay una cosa, en fin una persona, que llaman madre y que sabe darte un amor que aquí no se conoce, que te da la vida miles y miles de veces protegiendo la tuya…no es maravilloso?Y hay tantos hombres que corren y hablan…hasta pueden tocarse y verse…
 -También nosotros nos tocamos y nos vemos, ¿no es así?
Te dije yo, pero tú ya no me escuchaban.
Pasabas tu tiempo, desde aquel momento que a mí me parecía haberse hecho de verdad y de repente tangible -como aquí, nada diferente-, con ese ser que aún no sé como llamaba, si esencia impura o hombre o quien sabe que…entonces solo me importabas tú que pasabas el tiempo sin tiempo con él y ya no conmigo…y luego volvías y me decías:
 -Debo irme, tengo que irme a la tierra…no ves cuantas cosas hay ahí? Las montañas y el mar, la gente…hasta las flores…sabes que son las flores? –me preguntabas
Y sin esperar a que yo te contestara, comenzabas a contarme que eran las flores y de nuevo que era el mar. También intentabas explicarme que fuese el amor y yo te preguntaba:
 -¿No tienes suficiente con lo que tenemos aquí? No tienes bastante conmigo?
Y tú me mirabas, sabía que me mirabas aunque no te pudiese ver, y tenías ese aire triste de quien tiene que decir “No, no es suficiente…”
En cambio me contestabas:
 -No es que no sea suficiente, pero tengo necesidad de ver, de conocer, se puede viajar allí abajo y ver cosas nuevas y diferentes, no como aquí…

Se interrumpía siempre el cuento del sueño cuando José llegaba a este punto, se leía como un dolor remoto en la entonación de su hablar.
Y yo me veía niña, correr y buscar, siempre a la búsqueda de algo, increíblemente curiosa.
Y luego más mayor con las mismas ganas de aprender, de viajar, de recurrir andando o como fuera el mundo.
Me veía en esa imagen que él daba de aquella esencia pura que, en teoría, habría tenido que ser yo: la misma gana de andar, el mismo afán de conocer el mundo y la gente y desde esa misma aprender, el mismo deseo de viajar sin límites o fronteras, sin nadie que te dijera dónde y cuándo, siempre en búsqueda de algo, nunca cansada de caminar…
E luego José seguía contando:

“En fin, un buen día –y te explico así el tiempo porque ya ni tampoco me acuerdo que era realmente allá arriba el tiempo- llegaste y con una expresión seria, sin aquella sonrisa que desde lejos, siempre, me decía que estabas llegando, me dijiste:
 -Decidí ya, me voy, me marcho a la tierra y lo que tiene que ser será…
 -No puedes irte solo porque así lo has decidido – te dije-, la sabes que tienes que pedir un cuerpo y luego…qué harás allá en la tierra? Qué haré aquí yo sin ti?
 -No lo sé –me contestaste triste-, solo sé que tengo que irme…por qué no vienes tú también conmigo?
Durante un momento pensé que sí, tendría que haberte dicho que me marchaba contigo, a la tierra o donde te hubiese gustado…pero no fui capaz: sabes que aún ahora me da miedo lo imprevisto, me gusta y me asusta a la vez.
Además yo no era ni soy curioso, yo me conformo con lo que conozco y con el amor que sentía venir de ti y por ti.
Así, en un momento dado, sin que supiese cosa tu estuviste haciendo porque ya tú no eras una esencia -solo pensar en un cuerpo hecho de carne y emociones, te había transformado en un ser que yo no podía comprender como antes-, viniste y me dijiste:
-Todo está arreglado, mañana me marcho
 -Y,¿cuándo es mañana? –te pregunté angustiado
 -Mañana es ahora, estoy lista…me están esperando, tengo  que irme…
Vi como te disolvías y yo, torpe, era como si no pudiese hacer nada para pararte. Vi como una grieta se abría y una gota de sangre caerse de ella hasta abajo.
Luego me explicaron que era la sangre de tu vida, el parto y el dolor que te esperaba allá en la tierra.
Y te esperaba una madre, me dijeron, ese amor que habrías querido conocer y que ahora estaba a tu alcance, muy cerca de ti.

A este punto, normalmente, era yo la que paraba el cuento.
 -¿Por qué no viniste conmigo? –preguntaba siempre
Y José siempre me contestaba lo que ya sabía, que somos tan diferentes, tan diferentes…y que cada uno además corre hacia su destino y no es justo que nadie se intrometa.
Y seguía así el sueño.

“Había pedido al menos que me dejaran mirarte desde arriba, pero me dijeron que no era asunto mío cuidar de te y mirar tu vida.
Desde entonces, el tiempo se hizo de verdad pesado, no pasaba nunca y cuando se iba regresaba luego más cargado aún de aburrimiento y tristeza, mucho más molesto y macizo para transportar.
Me había vuelto débil y ligero, nadie me podía encontrar ya, nunca : buscaba siempre la manera de llegar a ti con el pensamiento y no lo conseguía y los esfuerzos para conseguirlo eran tan grandes que me dejaban sin aliento al borde de lo que era el camino para la tierra.
Entonces, decidí seguirte, pedí un cuerpo y me lo concedieron.
Pero, me dijeron, no me habría quedado a tu lado, habría tenido que buscarte: esto era la tarea que me asignaron, buscarte y encontrarte sin ayuda de ningún cielo, no sabiendo tampoco que te estaba buscando porque, desde mi caída en la tierra, de ti me habría totalmente olvidado.
Y tú de mi…tú también de mí te habías olvidado.
Te habría reconocido, me dijeron, con la sola fuerza del amor humano, ese amor que desde allá arriba me daba tanto miedo…
Y yo también supe que es el amor de una madre, finalmente, quizás, haya merecido la pena hacer ese salto…
Pero tardé cuarenta y cuatro años en volver a reencontrarte y todos los “si”, ahora que te he encontrado, no tienen valor.
¿Te acuerdas? Cuando  nos conocimos te dije que me parecía que te conocía desde siempre: es por esto, sabes , te conocía desde el Cole…

Y aquí se acaba el sueño y empieza la vida
Es verdad, José siempre me repite “Nos conocemos desde el Cole” y a lo mejor es verdad: aquel increíble que nos une y que nos hace casi siempre uno, un círculo hecho por esos hilos que se han anudado juntos, a veces pienso sea fruto de la eternidad, a veces pienso que sea solo un sueño, una maravillosa suerte que nos ha tocado.
Pero hay muchas cosas en este sueño contadas al principio de nuestra historia cuando él, José, no podía saber que yo fuese verdaderamente así, curiosa y cotilla “…siempre lista para masticar el mundo…”: son todos matices que aprendió a distinguir después, con el tiempo.
Al comienzo éramos como cuerpos que habían perdido su sombra y la iban buscando.

De todas formas, sea verdad o sea solo sueño, para mi es un regalo muy grande, nadie me había regalado nunca un cuento tan pensado en mí y para mi… o solo mi hermana cuando escuchaba mis historias delirantes sobre el Gigante Gelsomino y me seguía el juego…pero, después de todo, esa también es una gran historia de amor. 
Saluti e baci...  

1 comentario:

  1. Dios los cría y ellos, solitos, se juntan.
    Yo también suelo pensar que muchas personas coincidimos en "el cole". Es por eso que a veces coincidimos y nos entendemos tan bien.

    Bello. Envidiable.
    Saludos y abrazos a ambos.

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