lunes, 22 de noviembre de 2010

Será que el infinito está más cerca de lo que podamos sospechar, será que con un dedo se alcanza tocarlo si la serenidad del alma coincide y se conecta a este cielo…pero hoy la luna está verdaderamente más cerca de lo que se podría imaginar.
Es una grande cara de acero o, como escribía a Marta esta mañana, un ancla reluciente dejada en alta mar, tan llena y extrema, hinchada por la luz eterna, un faro que da aviso a los navegantes.
Las nubes son solamente arañazos iridiscentes, blancos en la obscuridad, solo laminas en la noche casi acabada.

La  alegría de escribir a veces tropieza con la hoja en blanco. Quien escribe sabe que la página inmaculada resulta ser como un terreno listo para sembrar, terrones  que se dejan mover y educar.
Sin embargo, a veces, el campo se cubre de alabastro, irreducible e inclemente, aunque maleable: sería bonito conseguir siempre trabajar la roca llena de matices rosas y construir jarrones destinados a contener ungüentos y aceites perfumados para aliviar dolores y heridas. No siempre es posible.
A veces, el campo se cubre improvisamente de nieve, copos que caen lentamente como migas de pan bailando en la cólera de la tormenta; pequeños dedos blancos que corren a lo largo de las cuerdas de la tierra y deciden por ti que música tocar; gotas de leche que empapan tus palabras y las derriten como azúcar.
Otras tantas veces, el campo se llena de hierbas desleales que agreden cualquier cosa, de grama maliciosa que deja detrás de sí su tallo arrastrado y salvaje que amalgama cualquier idea.
Otras más, la lluvia lava las intuiciones, baja recta, alineación de un ejército disfrazado y sarcástico que borra los posibles pensamientos.
Cuando pasa, nos quedamos vacíos en la espera, a la espera de algo, de alguien que nos de una mano y marque los momentos.
No es fácil estar delante de un papel blanco: arrastra consigo el todo y la nada.
Entonces, la mente sabia firma un pacto y hace coalición, promete ríos de tinta y palabras que intrigan la vanidad del blanco, adula el vacío  pulverizando esperanzas.
El resultado, a veces, es la composición, más o menos literaria, pero siempre un conjunto que, a través de palabras e ideas, consigue sembrar el campo.
Cuando al contrario, no obstante las certeza del querer, el cráter se queda vacío en la total ausencia de estímulos, el terreno te mira provocativo y se ríe, sigue dejando que caiga la nieve, que baje la lluvia, que la grama engendre hijas e hijos y se adueñe de lo esencial.
Entonces, cada línea que habrías podido trazar, cada palabra que habría podido navegar mojada en tinta hacia pensamientos potenciales, cada boceto de idea que habría podido crear un concepto, se queda ahí, cerrada en la punta del bolígrafo o clavada al teclado no alcanzando componer, con el alfabeto, vocablos, frases…en fin, una floración que valga el precio a pagar!
Cuando ocurre, intentas charlar y razonar con el papel blanco de como sería si esta mañana no tuvieses ideas para compartir!
Saluti e baci...           

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