martes, 16 de noviembre de 2010

Salgo de casa pronto, todavía no son las ocho
Hay un silencio helado a mí alrededor. Ghiaccio se lanza literalmente al otro lado de la calle hacia los árboles de la piscina.
Los albañiles de la casa en construcción empiezan a llegar casi empaquetados en abrigos y gorros de lana gruesa.
Miro alrededor y luego levanto los ojos: el cielo, hoy, podría ser una concha, blanca, rosa, un inmenso nácar en el cual, casi en broma, un avión traza sin hacer ruido su camino, su vuelo.
Una concha que contiene todos los veteados del cielo, mar y cielo unidos de nuevo, como en un homenaje sin fronteras.
Caminamos sin prisa Ghiaccio y yo: él se para a olfatear los rincones del mundo, un segundo y una parada, dos pasos y otra parada más, hasta el pinar.
Hace frío en el pinar.
Más allá de la verja, el sendero empieza ya a subir, despacio, casi no te das ni cuenta.
Las agujas de pino y las hojas crujen a cada paso, llevan un vestido de escarcha, helado y blanco.
Caminamos entre los árboles, chopos y fresnos, tan altos, casi frágiles, amarillos como oro fundido.
Entre ellos, a lo lejos, se hace hueco el sol. Extiende sus brazos de coral y el chopo se llena de astillas de oro.
De ser un pequeño níspero, el sol se vuelve una naranja creciendo y levantándose: en la pared de la iglesia, aislada en lo alto, guardiana del templo y del bosque, los ladrillos rojos se encienden, las sombras se calientan y todo, la iglesia y los árboles y el cielo se iluminan y, en la luz, comienzan a brillar.
Llegada arriba, casi no puedo respirar: demasiados cigarros, el aliento se va en humo, Ghiaccio tira de mí porque ya quiere volver a casa “ En cambio hoy no te escucho –le digo- hoy se llega hasta el final, arriba y luego bajamos…que eres un perezoso gordito y peloso…anda, ven …”. Y él me sigue, suspiraría si pudiese o me mandaría con toda su voluntad a freír espárragos…
La Hermita de San Isidro no es particularmente bonita, a lo mejor porque la historia non se ha portado muy bien con ella: incendios, despojos, la han vuelto bastante espartana, pero es de todos modos siempre el ojo que domina el valle.
La ves llegar delante de tus ojos, no eres tu sino ella la que se avecina, entre campos de cereales y olivos que le hacen de collar y, en el fondo, casi a molestar, la larga carretera y los coches que desde aquí arriba solo se ven pasar, como los aviones, dejan solo un rastro sin ruido.
El otoño parece haber llegado a su cenit, está en lo lleno de su esplendor coloreado y en estos lugares olvidados por el mundo, todavía se pueden ver los matices, todavía las ves pasar, las estaciones, con pequeños pasos.
El pueblo, las casas esparcidas en la cadera izquierda de la colina, como una mancha de barniz tirada por casualidad, también se tiñen de luz, bostezan en la cara de la mañana y vuelven de nuevo ausentes en sus viejos cimientos.
Estamos a más de 800 metros. En un punto preciso, el pueblo, que marca el principio de la Sierra Norte de la Comunidad de Madrid, llega a lo 811.
El frío aquí se siente, sobre todo por las noches y por las madrugadas. No le da vergüenza su fuerza, levanta sus brazos hacia los árboles y el cielo lanzando hechizos de hielo: lo que queda, es un pequeño humo inconsistente que sale de la boca respirando, las manos heladas que buscan con ansiedad el calorcito de los bolsillos, la nariz que gotea hielo transformado en humedad.
Vuelvo a casa, Ghiaccio hoy hace honor a su nombre, corretea y parece que no le moleste el frío punzante.
Es uno de los primeros días de frío intenso; me siento abrazada por el frío y briosa.
Será verdad que el frío se trae brío desde lejos y ganas de hacer que luego te transmite: al menos moviéndose, a uno le entra calor y no se queda ahí paralizado , como hechizado por la desnudez de los elementos atmosféricos
En la casa en construcción, ya han empezado a trabajar: en el tejado, los  obreros parece que se muevan en bilo como prestidigitadores, funámbulos que van en equilibrio sobre el hilo de la vida
Ahora sí que hay rumores de maquinas pica piedras, de martillos y maquinas para hacer cemento…
Subo las escaleras de prisa, Ghiaccio tiene gana de jugar.
Una vuelta y la puerta se abra: adentro hay calor, hay la tibieza de una humanidad que aún no se ha perdido afortunadamente.
José está desayunando, medio dormido todavía, con los ojos dentro la leche y la mano dando vueltas y vueltas con la cuchara aunque el azúcar ya esté supuestamente derretido
“Ciao cariño “ me dice
“Ciao Joselin” le contesto
Y otro día ha comenzado
Saluti e baci…               

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