domingo, 7 de noviembre de 2010

Así es...

El azul del cielo ya está escurriendo, junto a la noche y a los sueños que, a veces, se hallan en la almohada, bailarines que siguen el ritmo de danzas ancestrales que acompañan el mundo en la pirueta cíclica de su existir.
Desde la ventana, hoy no veo la luna, sino nubes claras que matizan el cielo de azul pálido, casi blanco, inescrutables soplos de aire en un horizonte casi limpio.
Nunca consideré a la noche una compañera aunque durante años haya frecuentado su compañía a menudo, o quizás ella la mía, y consolado mis dolores, más bien físicos que espirituales; siempre ha sido, al contrario, una viandante, como yo por otra parte, en el camino que lleva desde la oscuridad a la luz, desde el etéreo soñado al mañana que ya es hoy.
Sin embargo, cuando veo la luna, consigo hasta conmoverme, a lo mejor porque le gusta tanto a José, el hombre de la luna, el Don Quijote que ve reflejarse su silueta en ella, y que a la luna, algún día, irá: tanto le fascina el universo y su grandeza, el universo hecho de cielo y planetas, sin atmósfera o con oxígeno todavía por descubrir.
Me conmueve su cara, la cara inmensa y blanca de la luna, su estar sola, en la nada suspendida,sin hundirse en ese cielo que, a menudo, parece como un cristal lleno de brillo sobre el cual patinar y patinar, deslizarse sobre misterios que no nos hemos dicho y que quizás no nos pertenezcan.
Quizás lo que me fascine y me sorprenda de la luna es lo que no conozco y no sé. Quizás, verla allá arriba, gélida y altiva, acurrucada en los brazos inmensos del cielo cual señora y reina, me hace pensar en ese engranaje de soledad cansada que me acompaña.

Marta dice que soy una encantadora de abejas,como en esa película, “Tomates verdes fritos”,dice que soy una encantadora de almas…dice de mí cosas tan bonitas que no siempre son verdad, herencia de una infancia-adolescencia vividas juntas.
Yo no me siento así aunque a menudo me pregunte qué es lo que de mí llama la atención de la gente,la misma cosa que luego la aleja: una sinceridad espantosa y cruel,no para mí,sino para los demás que quieren escuchar y quieren que se les dé mimos de algodón dulce.
Pero yo no soy la vendedora de caramelitos dulces y de colores de las ferias de pueblo que,en seguida,cuando se quedan en el bolsillo por mucho tiempo,se derriten y se destiñen perdiendo el encanto que te había cautivado.
Tampoco soy Strómboli,ni la Hada Azul…no soy Pinocho,ni Gedeon ni el Honrado Juan…pero tampoco soy Pepito Grillo. Soy solamente un ser cotidiano que en su vivencia diaria empuja el carro de sus días, intentando no pasarme al horizonte desconocido de otros mundos porque este mundo en el que vivo no me gusta – no lo niego, ¿por qué tendría? – pero no estoy viajando hacia la nada, como tantas veces en tantos años hice: me busco a mi misma continuamente  y también a un entorno que sea leal, que no prometa falsos dioses y que non rehúya de lo que es sincero.
Qué difícil es a veces ser lo que uno es, difícil y doloroso si la conquista de si mismo hecha en el curso de los siglos vividos, siendo ser humano o piedra, siendo flor o nube, finalmente no le gusta al mundo. Es difícil y se paga, como siempre: todo tiene un precio, todo se paga, incluso antes que se acabe la función, llega alguien o algo que te dice que tienes que pagar la factura y tu pagas con moneda sonante que a menudo coincide con tu mismo dolor.

Y mientras, en este viaje de virtuosismos irracionales, acompaño al día que nace con porte ligero, ya ha nacido y se asombra en mis ojos. Un asombro sorprendente y claro, maravilla de lo que un día lejano fue creado, por dios o por y en la nada, no tiene importancia.
Entonces,sí puedo sentarme y escuchar las historias hechas con los silencios y los sonidos de los árboles o de las montañas que rozan con sus cabezas el infinito antiguo y desconocido; puedo relajarme y balancearme en el vacío que dejan los pensamientos cuando se distraen y te dejan respirar en paz; puedo hacer con mi misma un hechizo en el repique de las campanas que es solo un eco distorsionado en la lejanía y hacer y componer música para un cielo que se vuelve siempre más claro y remueve y sacude, con pequeños pasos, la gentileza de la luz.

Anoche preparé una sopa de garbanzos previendo el frío anunciado para hoy y la dejé a reposar toda la noche, reflexionando, ella también, sobre su consistencia.
Algunas comidas hecha el día anterior, están más ricas. A lo mejor, como los seres humanos, adquieren experiencia, a lo mejor toman conciencia, intensamente, de su ser…o quizás sea yo la que les da la importancia que ellas en si mismas no tienen, en este caso y en otros más, solo yo, libre pensadora y dueña.
Es una receta vieja que, en este caso, no me devuelve al norte, sino hacia el centro-sur del “bendecido absurdo bello país” – rumiando Guccini – que me vio nacer y crecer.
Aprendí a conocer y apreciar a los garbanzos, estas increíbles interesantes piedrecillas, ya de mayor porque en mi casa de pequeña no pienso haberlos comido nunca.
Pero uno de mis largos viajes hacia la inconsciencia, me llevó a Fano, hacia el mar que siempre me llamó, como un susurro, en la voz de agua de la última de las olas de la marea baja y que me tuvo, luego, durante largos años.
Me viene a la mente la campiña de las Marcas que no todo el mundo conoce, como al contrario la de Umbría por ejemplo: en cambio es bonita y para mí, hija de la llanura, bonito su tambalearse casi sin el peso de la gravedad, desde el mar a las colinas en un suspiro. Colinas de líneas suaves que no hieren la mirada, parecen las caderas y la silueta de una mujer hermosa, una mujer que sabe vivir de si misma y de su belleza, una mujer que pertenece a otra era. Sinuosas e invitantes, cubiertas de ligereza verde, ondulantes en el viento quieto: aquellas siguen siendo mis colinas, casi la llamada de la Tierra Madre, yo me siento parte de su Historia, de colinas y mar, de mar y colinas. De pequeños pueblos perdidos en el anonimato de calles de único sentido: la escalinata blanca de Corinaldo donde se pierde y se reencuentra, de repente, un pozo antiguo y ya seco, estéril entre piedras e matas de hierba que le crecen alrededor; o la fortaleza de Mondavio donde, aún hoy, viejos caballeros y nobles damas cuentan su epopeya a través de los ballesteros ya inútiles de castillos reestructurados; y muchos más...
Sé muy bien que cuanto digo no le gustará a mi hermana, Katia, que al contrario ve en todo lo que tiene vago olor “marchigiano”, el demonio y la fealdad por causa de circunstancias, de contorno, por asociación de ideas…quizás, a lo mejor siempre se sintió demasiado involucrada en mis errores y yo, miles y miles de veces, le he pedido disculpas en silencio más que con las palabras…pero ésta es otra historia…
Y sin embargo la llenará de alegría saber de este blog y leer entre sus líneas porque es ella la verdadera artífice, aunque sea yo la que escribe: ha sido un impulso nacido de una película, “Julie & julia”, con una esplendida Maryleen Streep, que un buen día, justo ella, la Katis, me aconsejó que viera…eres tú, decía…
Y aquí estoy, manchando hojas y hojas, grafómana e incapaz de exiliarme de las palabras!

Volviendo a los garbanzos…
El sofrito, para mí, siempre es una explosión majestuosa, violenta en los olores que brotan desde apio, zanahorias y cebollas cuando estos mismos se zambullen en el aceite y se dejan calentar por el fuego del hornillo. Esto casi siempre es el comienzo de mis platos, con pequeñas variaciones a veces, que solo son ligerezas que se esfuman en la cocina. Luego, cuando las verduras se hacen como transparentes, cuando los colores, sin inmutarse, se vuelven confeti de joya olfativa, el jamón vuelve a hacer de ese todo una chispa olorosa: cambia el perfume que se expande y se adueña, ya no más vasallo sino señor, del aire y en el aire alrededor. Cómo explicarlo escribiendo? Solo puedo decir que para mí ésa es una partícula de la felicidad que vivo y que saboreo en las comidas y con ellas, en los días y con ellos.
Cuando está dorado se vuelve más obscuro, pierde esas venas blancas de dulzura y se transforma en tiritas de crujiente buen humor. Justo en ese momento participa al baile el romero, el arbusto rey de las colinas y de mi cocina: echo una ramita, entera, sin romper sus agujas ni despedazándolo porque ya será el juego de la lentitud del fuego que separará las partes y las añadirá a su voltereta.
Finalmente los garbanzos: piedras juguetonas que saltan cuando todo empieza de nuevo a hervir sumergido en el agua que echo sin temor…y todo se hunde y se funde, cuece en un ballet que persigue y promociona su música, música esencial de latidos de vida, recordada y reencendida cada vez .

Mientras, se ha levantado el viento, viento del norte que llevará, como en la peli vista mil veces, a Mary Poppins a sus quehaceres y a mí a los míos, mientras golpea las ventanas y grita contra el cielo su rabia atrofiada en el lamento.
Saluti e baci…                                      

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