martes, 9 de noviembre de 2010

Joselin...

    
Los árboles están allí, fijos  en su sitio, arrodillados como si rezaran: delante de mi, el sauce llorón llora aún mas fuertemente volcando en la lluvia sus lágrimas.
Su cabellera de hierba, hojas y lamentos, parecen susurros, en el viento frío que muerde cada cosa y la deja herida; susurros cantados, una nana fina en las gotas de agua que se vuelven orquesta a su alrededor.
Ciclo génesis Explosiva: palabrotas para describir lluvia bailando en el viento, viento que invita a bailar la lluvia, nada más…
Me acuerdo del mar, de Fano, de los paseos con Ghiaccio dentro de la 2bora” que rasga la piel.
Cuando todo el mundo se encerraba en casa, sepultados por el miedo a caerse, nosotros dos, mi perro y yo, salíamos de casa acoplados en el lamento frío del viento, hasta la playa.
Pocos pasos, cien pasos quizás…y enseguida el mar delante de nosotros, así de grande y espantoso, gritando antiguas venganzas de marineros hundidos en las olas.
¡Qué maravilla ese mar que hablaba y contaba historias, con las olas blancas, blanco el mar en los encrespados de las olas!
El mar con mil rostros, con miles de voces distintas, pero siempre el mismo mar. Encapuchado y nervioso, canta canciones desesperadas que cada uno interpreta como sabe, cada uno inventa su concierto acordándose de derrotas o abusos, lloros y gritos que aquí violan lo que es humano…y luego calla.
Los colores se funden en el trajín nunca monótono de las olas, desde el verde del profundo abismo a la espuma blanca que quita la sed al corazón; los azules y turquesas ya no se ven, las olas se parecen a un prado inmenso en movimiento que se acercarse a ti robándote las huellas dejadas en la arena.
Una extensión de sueños rotos, incandescentes en el viento que quema, que te llaman desde lejos y tu no sabes contestar o, a lo mejor, verdaderamente no debes.
Ghiaccio se vuelve nerviosamente bailarín cuando sopla el viento, da saltitos como un grillo enloquecido que no encuentra su verano porque está perdido en los sonidos guturales de otra estación.
Como si perdiese el control, Ghiaccio corre y frena en la arena, levanta tierra y piedras en su carrera, se ensucia e recoge en el pelo trozitos de madera salados, de conchas rotas, de todo lo que encuentra corriendo y corriendo hacia una nada que el ve.
Echo de menos al mar, le echo tanto de menos que, pensando en el, se me parte el aliento.
Entonces, cuando la nostalgia es el deseo de volver, pienso en ese poco que dejé y a ese todo que aquí me esperaba: es verdad, estoy lejos del mar, a mi alrededor veo solamente montañas y árboles, colinas escarpadas, “solo agujas de pino y silencio y setas…”.
Sin embargo, no cambiaría mi vida de hoy con la de ayer que de vida solo tenía los día que inexorablemente se van.
Lo que tengo, ahora, es ese amor puro que no pensaba habría encontrado nunca, ese ser dos y uno al mismo tiempo, ese juego de las partes que solo había escuchado contar o leído, aquí y allí, en los libros.
Se llama José y es mi compañero, en los juegos y en la verdad: cuando lloro o cuando me río, él llora e  se ríe conmigo y es la cosa más bonita que se pueda compartir.
La sencillez de la vida es lo que diariamente nos intercambiamos sin ir en busca de bordados y complicaciones.
Solo días compartidos y aceptados entre los dos, sin freír a fuego alto, sino guisando lentamente el desarrollarse de los eventos.
La certeza de no estar sola, nunca más sola, me llena de esa alegría del reírse de todo, del no naufragar en la apatía monótona cuando no tenga nada que hacer.
José ahora es mi mar, es no tener miedo de mirarme en uno espejo y verme diferente porque él está detrás de mí y dice. “Qué guapa eres…” y se lo cree, lo veo en sus ojos que curvan hacia la melancolía –los ojos tristes de los Martínez, dice la Guille-
Porque tengo un compañero de aventura: la sinceridad en el camino, la dulzura de las bajadas después de la ansiedad y la fatiga del subir.
Es este rincón de cielo, hoy tan negro y feroz, donde siempre veo nacer el azul, en el horizonte, donde hace tiempo veía el abrazo maternal del mar…ahora está él, con brazos grandes, tímidos a veces como sus sonrisas, sonrisas que abrazan con suavidad mi corazón.
Es “el hombre de la triste figura”, el guerrillero sin lanza, el noble y fiel caballero. Es todo y es nada porque la nada es el todo que nos permiten vivir en la cotidianidad.
Saluti e baci…      
  

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